31 de marzo de 2017

Jitanjáfora

No va de gitanas que tienen ánforas pero sí de palabras o expresiones inventadas, carentes de sentido por sí mismas pero que en conjunto tienen musicalidad y ritmo simulando aquel y se enriquecen de una fórmula estética sin ningún fin útil ni lógico. Las empleamos más bien en un sentido poético, incluso como canto infantil, y a base de repetirse hasta logran lo que no tienen: Significado y el susodicho sentido.

Este término fue acuñado por Alfonso Reyes, escritor mejicano que, a su vez, lo tomó de un poema de Mariano Brull, poeta cubano, donde el juego de sonidos es evidente y el libre albedrío y humor de las palabras, también. Aunque algo igual ya lo habían empleado Lope de Vega, Quevedo  o Sor Juan Inés de la Cruz en sus parodias y poemas.

¿Quién de niño no se ha inventado un idioma o palabras de esas que solo unos pocos logramos saber qué es?? Niño o adulto, como Cortázar, que inventó el idioma glíglico (palabras en español con otras totalmente inventadas que lo complementaban) para su obra Rayuela, capítulo 68, y describir así una escena erótica que solo sus protagonistas entienden.

Aunque hay muchos ejemplo de ellas, yo os dejo el poema Leyenda de Mariano Brull, donde aparece la palabra jitanjáfora:

Filiflama alabe cundre 
ala olalúnea alífera 
alveola jitanjáfora liris salumba salífera. 

Olivia oleo olorife 
alalai cánfora sandra 
milingítara girófora 
zumbra ulalindre calandra.

Ilustración de Wieslaw Walkuski

17 de marzo de 2017

Ratón y la grulla Rafaela

Fotografía de la red

El cielo estaba arrebolado y las grullas se alejaban dibujando adioses con sus alas.  Parecían escribir en el cielo ciento y una letras tergiversadas. Ratón observaba desde su ventana mientras comía una bolita de anís. Le encantan estas bonitas. Las mueve en su boca, se relame los bigotes, se chupetea los dedos y suspira cuando la bolita se ha disuelto por completo.

Suspiró. No podía comer más azúcar por ese día. No quería que esas dos preciosas palas que asomaban bajo su labio superior sufrieran daño alguno. Siguió observando las que seguían distanciándose en el horizonte como escuadrones que danzaban en pareidolias. Sonrió, y volvió a suspirar. Pensaba que casi podrían acariciar a Qamar y besar con  las  puntas de sus plumas aquella carita blanca que él guardaba en los espejos de su corazón.

Tan ensimismado andaba en sus pensamientos y suspiros que cuando aquella grulla se paró de forma estrepitosa frente a su ventana, dio un respingo tan grande que voló sobre sí mismo dando con sus cuartos traseros en el suelo.

Grulla, ilustración de Tino Gatagán

- Pero, ¿quién te crees que eres para aparecer así ante mi ventana? ¡Vaya susto!
- Una grulla blanca. ¿No lo ves?  No puedo volar y seguir a mi familia.

Ratón se sobrepuso de semejante contrariedad. El corazón poco a poco fue cogiendo su ritmo normal. Se sacudió la culera y se acercó a la ventana. La grulla parecía triste tanto por el tono de su graznido como por el aspecto que aparentaba pero de lo que no tenía duda Ratón era de la altivez de tan escandalosa visita. «¡Vaya forma de responder!», se dijo Ratón. »Y yo un ratón azul. ¡No te fastidia!».

- ¿Qué te ocurre? -le preguntó.
- Me he herido en un ala. ¿Sabes? Soy instructora de artes marciales, pero hasta a los mejores les ocurren accidentes.

Ratón la observó con perplejidad. No sabía si eso lo decía con ironía o con pleno convencimiento. Le habían hablado del carácter de las grullas y no había hecho muy buenas migas con ellas. Más bien ninguna.

- Comprendo. ¿Quieres pasar y descansar? Ya no veo a tu familia –dijo, levantando la vista por encima del ave.
- No quiero molestarte, pero me vendrá bien un poco de agua y comida en buena compañía.

«¡Qué descaro!», pensó Ratón. Lógico que iba a acogerla en casa y que no iba dejar que solo descansara. Le parecía un poco echada hacia adelante y de pronto pensó si había sido buena idea ofrecer su hospitalidad. Pero ya estaba hecho. La dejó pasar a “su guarida” y ella, ni corta ni perezosa, se acomodó en el mullido sofá. Su lugar favorito. La vio poner las patas sobre el escabel y abrir las alas a ambos lados, como si no hubiera nadie más. «¡Qué poca educación!», rumió para sus adentros. Estaba empezando a dudar si era cierto lo de su lesión, y, si de ser verdad, realmente le impedía tanto.

- ¿Y cómo te llamas?
- Rafaela. ¿Y tú?
- Ratón.
- ¿Ratón? ¡Eso no es un nombre!
- Es un nombre tan bueno como otro cualquiera –protestó sin querer parecer airado-. ¿Cómo es que no te han esperado? ¿No pueden volar más despacio?
- Ellas van a su aire.

Ratón le preparó algo que pudiera comer y un poco de agua para calmar su sed. La grulla no dejaba de hablar y, de mucho en mucho, en ese tono altanero que a él tanto le molestaba. Bla…, bla…, bla… Y empezó a sospechar que, ciertamente, si se había quedado rezagada era porque no la aguantaban. Al rato, Ratón ya estaba cansado de oírla porque escucharla, ya hacía tiempo que había dejado de hacerlo.

- … En fin, eso es todo. Ya ves, la vida es así. Unas veces ganas y otras pierdes pero yo no juego nunca para perder. Y tú, ¿qué haces en la vida?
- Observo el mundo y aprendo todo lo que puedo.
- Y eso,  ¿a dónde te lleva?
- Donde quiero.
- Pero no puedes como puedo ir yo…
- ¿Lo dices porqué tienes alas?
- Eso es.
- Te equivocas… Puedo volar, puedo ir sobre el agua y puedo meterme en cualquier sitio, en cualquier medio de transporte y, sobre todo, tengo curiosidad y respeto para escuchar las historias que me cuenta mi querida Qamar con quien puedo viajar a donde sea, exista o no.
- ¿Quién?
- Mi luna. Mi luna Qamar. ¿Tienes tú una luna?
- No. Solo conozco a la que brilla en el cielo pero no me dice gran cosa. Cuando sale es que tengo que irme a dormir.

Ratón sonrío para sus adentros. El tono de Rafaela fue un poco más mohíno, como que aquello que le estaba contando el ratón era poco creíble, pero Ratón no cayó en su juego. Simplemente, dejó que rumiara su vanidad mientras un halo plateado parecía abrazarle desde el otro lado del cristal de la ventana. El mismo rayo de luna que dejaba al descubierto el interior de la grulla: Un triste halo de soledad.

Ilustración de Rafał Olbiński


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