Fotografía de la red |
El cielo estaba arrebolado y las
grullas se alejaban dibujando adioses con sus alas. Parecían escribir en el cielo ciento y una
letras tergiversadas. Ratón observaba desde su ventana mientras comía una
bolita de anís. Le encantan estas bonitas. Las mueve en su boca, se relame los
bigotes, se chupetea los dedos y suspira cuando la bolita se ha disuelto por
completo.
Suspiró. No podía comer más
azúcar por ese día. No quería que esas dos preciosas palas que asomaban bajo su
labio superior sufrieran daño alguno. Siguió observando las que seguían distanciándose
en el horizonte como escuadrones que danzaban en pareidolias. Sonrió, y volvió
a suspirar. Pensaba que casi podrían acariciar a Qamar y besar con las
puntas de sus plumas aquella carita blanca que él guardaba en los
espejos de su corazón.
Tan ensimismado andaba en sus
pensamientos y suspiros que cuando aquella grulla se paró de forma estrepitosa frente a su ventana,
dio un respingo tan grande que voló sobre sí mismo dando con sus cuartos
traseros en el suelo.
Grulla, ilustración de Tino Gatagán |
- Pero, ¿quién te crees que eres para aparecer así ante mi ventana?
¡Vaya susto!
- Una grulla blanca. ¿No lo ves? No puedo volar y seguir a mi familia.
Ratón se sobrepuso de semejante contrariedad. El corazón poco a poco
fue cogiendo su ritmo normal. Se sacudió la culera y se acercó a la ventana. La
grulla parecía triste tanto por el tono de su graznido como por el aspecto que aparentaba pero de lo que no tenía duda Ratón era de la altivez de tan escandalosa visita. «¡Vaya forma de responder!», se dijo Ratón. »Y yo un ratón azul. ¡No te fastidia!».
- ¿Qué te ocurre? -le preguntó.
- Me he herido en un ala. ¿Sabes? Soy instructora de artes marciales, pero hasta a los mejores les ocurren accidentes.
Ratón la observó con perplejidad. No sabía si eso lo decía con ironía
o con pleno convencimiento. Le habían hablado del carácter de las grullas y no
había hecho muy buenas migas con ellas. Más bien ninguna.
- Comprendo. ¿Quieres pasar y descansar? Ya no veo a tu familia –dijo, levantando la vista por encima del ave.
- No quiero molestarte, pero me vendrá bien un poco de agua y comida en
buena compañía.
«¡Qué descaro!», pensó Ratón. Lógico que iba a acogerla en casa y que no
iba dejar que solo descansara. Le parecía un poco echada hacia adelante y de
pronto pensó si había sido buena idea ofrecer su hospitalidad. Pero ya estaba
hecho. La dejó pasar a “su guarida” y ella, ni corta ni perezosa, se acomodó en
el mullido sofá. Su lugar favorito. La vio poner las patas sobre el escabel y
abrir las alas a ambos lados, como si no hubiera nadie más. «¡Qué poca
educación!», rumió para sus adentros. Estaba empezando a dudar si era cierto lo de su lesión, y, si de ser verdad, realmente le impedía tanto.
- ¿Y cómo te llamas?
- Rafaela. ¿Y tú?
- Ratón.
- ¿Ratón? ¡Eso no es un nombre!
- Es un nombre tan bueno como otro cualquiera –protestó sin querer
parecer airado-. ¿Cómo es que no te han esperado? ¿No pueden volar más
despacio?
- Ellas van a su aire.
Ratón le preparó algo que pudiera comer y un poco de agua para calmar
su sed. La grulla no dejaba de hablar y, de mucho en mucho, en ese tono
altanero que a él tanto le molestaba. Bla…, bla…, bla… Y empezó a sospechar
que, ciertamente, si se había quedado rezagada era porque no la aguantaban. Al
rato, Ratón ya estaba cansado de oírla porque escucharla, ya hacía tiempo que
había dejado de hacerlo.
- … En fin, eso es todo. Ya ves, la vida es así. Unas veces ganas y
otras pierdes pero yo no juego nunca para perder. Y tú, ¿qué haces en la vida?
- Observo el mundo y aprendo todo lo que puedo.
- Y eso, ¿a dónde te lleva?
- Donde quiero.
- Pero no puedes como puedo ir yo…
- ¿Lo dices porqué tienes alas?
- Eso es.
- Te equivocas… Puedo volar, puedo ir sobre el agua y puedo meterme en
cualquier sitio, en cualquier medio de transporte y, sobre todo, tengo
curiosidad y respeto para escuchar las historias que me cuenta mi querida Qamar
con quien puedo viajar a donde sea, exista o no.
- ¿Quién?
- Mi luna. Mi luna Qamar. ¿Tienes tú una luna?
- No. Solo conozco a la que brilla en el cielo pero no me dice gran
cosa. Cuando sale es que tengo que irme a dormir.
Ratón sonrío para sus adentros. El tono de Rafaela fue un poco más
mohíno, como que aquello que le estaba contando el ratón era poco creíble, pero Ratón no cayó en su juego. Simplemente, dejó que rumiara su vanidad
mientras un halo plateado parecía abrazarle desde el otro lado del cristal de
la ventana. El mismo rayo de luna que dejaba al descubierto el interior de la grulla: Un triste halo de soledad.
Ilustración de Rafał Olbiński |
Una grulla que hace artes marciales :D Aunque me he preguntado, cómo hará una grulla para entrar en la casa de un ratón? Solo los cuentos pueden lograr tal cosa :)
ResponderEliminarUn beso dulce Magda.
Dulce, es que este ratón tiene un casoplón jajajajaj Y bueno, arte de magia...
EliminarQamarbesis :-)
Feliz finde.
Donde te lleva la imaginación, no te lleva ningún medio de transporte.
ResponderEliminarY este ratón es muy, muy, muy curioso.
EliminarQamarbesis, Ratoner.
Me ha encantado, pero qué bonita lección dejas tras este cuento!!
ResponderEliminarMil besitos, Mag.
Esto de los cuentos no es nada fácil así que lo que me digas me parece maravilloso.
EliminarYa sabe que hay mucho fanfarrón por le mundo
Un beso muy grande.
Este Ratón ha demostrado ser un Señor... porque que Grulla más pedante!!
ResponderEliminarMe ha encantado el cuento... y sigo admirando tu imaginación... excelente.
Besisssssssssssss.
Jajajajaja
EliminarBesissssssssss
Si es que hay cada caso por el mundo. Ratón es un ser muuuyyy paciente.
Gracias.
Qamarbesis :-)