De nombre, Fermín Arrudi Urieta, un ilustre altoaragonés, nacido en un pequeño pueblecito de la montaña, muy cerca de donde yo vivo, llamado Sallent de Gállego de donde procede su sobrenombre: O chigán de Sallén. Vino al mundo un 5 de julio de 1870. Un bebé como otro cualquiera hasta que, a raíz de caer enfermo con 15 años —tal vez, 11— la cosa cambió. Le aquejaron unos fuertes dolores en articulaciones y cabeza y cuando sanó, como un mes después, había crecido diez centímetros. Tres años después, tenía una envergadura de 2.10 metros y un peso de 120 kilos. Y la cosa fue en aumento, pues cada vez que caía enfermo, crecía. Cuando tenía 25 años, se plantó en 2.29 metros —2.40, otras fuentes.
Sufría lo que se conoce como acromegalia, es decir, una enfermedad rara y crónica causada por un exceso de producción de la hormona del crecimiento, llamada también gigantismo. Si ahora es rara, imaginad entonces aunque tuvo una hermana que llegó a medir metro noventa. Para él, la adolescencia fue un desatino. Era distinto a todos pero, eso sí, en su pueblo nadie le miró nunca como un ser raro: El mundo no estaba hecho para él, al menos, para sus medidas.
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En Eaux Chaudes, en el Pirineo francés. Su esposa y padre a su derecha. |
Era tan descomunal su fuerza que él solo podía sacar un carro del río. De hecho, una vez que su burro se puso terco y no quería cruzar uno, se lo echó al hombro y lo pasó al otro lado. Sin problemas. A grandes males, grandes remedios. Y en otra ocasión, mató un oso con sus propias manos, en un cuerpo a cuerpo y armado solo con un cuchillo. Eso fue un 24 de mayo de 1905 y eco de sociedad.
Sus trabajos eran los habituales de la zona: el campo, la casa.., pues era hijo de labradores, hasta que empezó a trabajar como jornalero, primero en la construcción del puente de Aurín y, luego, en la estación internacional de trenes de Canfanc. Y de ahí, el destino de su vida, eso sí, hasta que él decidió.
¿Cómo empezó todo? Con un avispado. Ya sabéis, siempre hay alguien que quiere sacar provecho de las diferencias de los demás. Aunque se sabía diferente y llegaba a automarginarse, en el pueblo era uno más, sin rarezas y sin historias, pero aquel día, un vecino de Cariñena, una localidad cercana a Zaragoza, lo vio y se le encendió la luz: Pensó que sería una buena idea, y rentable, sobre todo, exhibir la fuerza de Fermín por esos mundos de Dios. Fermín era un buenazo, un poco ingenuo al principio, así que se dejó embolicar* y fue presentado por primera vez en las fiestas del Pilar de 1891. ¿Éxito? ¡Descomunal!, tanto que acabó en audiencia real ante la reina regente María Cristina y su hijo Alfonso XIII, un pipiolo por entonces. Luego vendría una lista casi interminable de lugares: Barcelona, París, Berlín, Viena..., llegando a Estados Unidos y Sudamérica e, incluso África lo que le hizo tener una excelente formación cultural así como un consumado dominio de los idiomas.
De todo ello se tiene constancia puesto que era una sensación allí donde llegaba y quedaba registrado en la prensa de entonces.
De las Américas vino enfermó y ya no se recuperó.
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Cuba, 1911. Fermín ataviado con la indumentaria tradicional. |
Cabe decir que no solo mostraba su impresionante físico sino todas aquellas habilidades innatas en él.
Era un chico grande, muy intuitivo y creativo, con increíbles dotes musicales, tanto que aprendió de manera autodidacta a tocar con destreza la guitarra, el violín, el laúd, la pandereta, los hierrecillos, la bandurria, la flauta y el armoniaun, su favorito, que ya tocaba en la iglesia cuando iba a la escuela. Además, tenía una excelente voz, estentórea y de timbre fuerte. Formó una rondalla, conocida como "El cuarteto del gigante". Cantaba la jota con tanto sentimiento y armonía que la hacía como él: grande.
Era afable, cariñoso, enormemente generoso, y un amante, cultivador y cuidador de las costumbres y tradiciones pero no era tonto — observad su cara de bueno, listo e inteligente—y sabía lo que quería, a pesar de tener durante mucho tiempo esa guerra dicotómica entre la vida de ajetreo artístico y la apacible y serena de su familia en el pueblo que le costaba abandonar tras cada viaje. Supo cuándo dejar su carrera y se instaló en Sallent para disfrutar de una vida tranquila, haciendo lo que realmente le gustaba y junto a quienes quería.
Su fama le llevó a ser centro de atención de diferentes universidades que quisieron estudiarlo siendo el doctor Pollinger de la Universidad de Colonia, en su laboratorio privado de Munich, quien, en 1896, atestiguó que su gigantismo no estaba dentro de los estándares y quedó registrado como «el más grande y el mejor proporcionado en musculatura y coordinación». ¿Cómo no iba a estar ágil y coordinado si estaba haciendo ejercicio todo el día?
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Barcelona, 1990. Fermín y su esposa. |
Murió en su pueblo natal, de donde no hubiera querido salir nunca, un 2 de mayo de 1913, con 43 años. Ese día hasta el cielo lloró por semejante pérdida. Una llovizna acompañó a todo el séquito encabezado por su madre, María Urieta , su esposa, Louise y sus hermanos Valero, Simeona y Juan.
Dejó una fortuna de veinte mil duros y una buena casa que heredó en su integridad su esposa, Louise Carlé Dupois, una parisina. Dicen que una mujer muy a él, generosa y tranquila. Se habían conocido en París y se casaron en la iglesia Paroisse Saint Germain L’Auxerois el 19 de junio de 1897.
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Foto del día de su boda. Le petit Journal, 1897. |
El párroco dejó anotadas algunas incidencias en el Libro de difuntos, algo muy poco habitual en este tipo de escritos. Escribió:
«Medía 2,29 metros, Por su sortija pasaba una perra gorda, el reloj pesaba más de 4 libras, su pie media cuarenta centímetros de largo por dieciocho de ancho (lo que hoy sería un 58). Ni cuatro hombres robustos eran capaces de levantar el peso que subía a sus hombros el gigante de Sallent».
Y otra curiosidad, su féretro medía 2.40 metros de largo por 90-93 centímetros de alto y fue portado por 10 hombres elegidos para la ocasión.
No cabe duda de que puede decirse que fue un hombre feliz y que logró lo que quiso, terminando sus días apaciblemente.
Su historia no puede igualarse a la de otros gigantes españoles del siglo XIX como Agustín Luengo —2.35 cm— que fue vendido por su padre a un circo portugués por unas monedas, dos hogazas de pan blanco, media arroba de arroz, miel y una garrafa de aguardiente, dos paletas de jamón y un daguerrotipo. Murió en las calles de Madrid adicto al cortezuelo para calmar sus dolores. Vendió en vida su esqueleto al Museo Nacional de Antropología, junto a los bastones que usaba.
Otro de los gigantes fue Miguel Joaquin Eleizagui Arteaga —2.35 cm.— que igual conocéis por la película Handia —Grande en euskera— de 2017. Aquí, fue su hermano quien le convenció. Solo viajaron por Europa pero amasaron cierta fortuna que les permitió vivir con holgura en el pueblo. Fue enterrado en su localidad natal pero su esqueleto fue robado.
Existen más gigantes en la época pero eso ya da para mucho y hay que abreviar.
En la plaza de Sallent se encuentra la estatua a tamaño real de Fermín, realizada por el maestro jaqués, Pedro J. Larraz y fundida a bronce en una fundición zaragozana.
Un orgullo para sus lugareños y para todos, porque llevó el nombre de su pueblo por medio mundo.
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Fotografía de Jesús Tortajada Nieto de su blog de viajes. |
(*) Embolicar: En fabla, en aragonés, liar, enredar, envolver...