No sabía cuánto tiempo llevaría aquella caja en ese rincón del cuarto de los trastos. Con la de veces que había mirado y ordenado, no comprendía cómo le había pasado inadvertida. Además, era una caja muy llamativa por sus vivos colores pero, eso sí, tenía tanto polvo que este los había apagado un poco.
Decidió estudiar su interior. No podía creerse que estuviera todo. Recordó las palabras del mago Ratuno, a quien conoció un día por eso que llaman azar, cuando le dijo que su contenido era mágico y que siempre, hiciera lo que quisiera, no podría deshacerse fácilmente de la magia. El mago desapareció un día de la misma manera que había aparecido. Sin saber cómo.
Un gorro de mago azul con estrellitas plateadas, una curiosa varita mágica, un montón de cosas que no sabía para qué podrían servir. No había un libro de instrucciones y menos uno que pudiera entender. Resopló y se encogió de hombros. Pero la curiosidad, que no siempre es mala, era una tela de araña que lo estaba atrapando.
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Ilustración de la red |
Se puso el gorro y tomó con poca decisión la varita, empuñándola como una espalda y comenzando a hacer filigranas en el aire contra un enemigo que ni había imaginado; soltando una retahíla de palabras y sonidos sin sentido, auténticas
jitanjáforas... con las que se fue animando hasta convertirse en un espadachín luchando contra lo invisible.
De pronto, ¡oh! Sintió como si un ente incorpóreo lo empujara hacia atrás o como si una ráfaga de viento le azotara de frente, parando con la espalda a medio camino entre el suelo y la pared. Hizo pie, como bien pudo y, aunque el corazón parecía salírsele del pecho, se quedó quieto con razón y perplejo. Mudo. Ante sus ojos, abiertos como platos, apareció —a saber de dónde—, una hoja, una rama, otra hoja, otra rama... así hasta formar una serpiente que ascendió por la pared hasta el ventanuco del trastero y salió por una rendija al jardín.
A más traspiés que otra cosa, Ratón llegó hasta la ventanita y se aupó: —¿De dónde ha salido esto? —farfulló, parpadeando tantas veces que parecía un faro emitiendo señales morse. Punto, raya... Punto, raya... Raya, punto... Punto, punto...
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Imagen de la red |
De buenas a primeras, como quien no quiere la cosa, entre los hierbajos empezaron a revolotear decenas de mariposas con alas de cristal que se volvían a veces azules, otras del color de la hierba, de las piedras del jardín, de la tierra... Nunca había visto nada semejante pero le pareció algo asombroso. Entre asustado y emocionado, empezó a llamar a Qamar que, divertida, observaba todo desde el otro lado de su atalaya celestial.
—¿Qué te ocurre?
—¡Estoy asustado! Encontré esto —dijo, mostrando la varita— en un viejo baúl y creo que es mágico.
—¿Crees? ¿No recuerdas qué te dijo el mago Ratuno?
—No muy bien pero es que...
—Eres tan curioso e inquieto como un gato —sonrió Qamar.
—¡Bbbrrrr...! No digas eso, por favor, se me ponen los pelillos de punta. ¡¡¡Bbrrr!!!
—Bueno, ¿y el susto?
—Ese es grande...
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Mariposas alas de cristal |
Ratón extendió una de sus manitas hacia la calabaza azul en la que algunas mariposas se habían posado. Solo una se acercó y se quedó en la mano antes de viajar hasta su hocico. Tuvo la sensación de que le estaba mirando, incluso contando un secreto, y aquel cosquilleo que sintió, tardó bastante en desaparecer.
—¿Qué? Una calabaza azul... ¿Una mariposa que se te ha posado en la nariz? —Qamar quería que él pensaba pero estaba tan aturdido con la sorpresa que era incapaz de concentrarse en algo que no fuera aquello a pesar de que sus pensamientos estaban totalmente bloqueados.
—¿Qué está pasando? No entiendo nada —dijo casi en un suspiro mientras la mariposa se reunía con sus hermanas.
—¿Sabes qué noche es hoy? —Ratón pensó. Se le había olvidado por completo y eso que tenía todo preparado para esa noche. En el trastero se le había pasado algo más que el tiempo. Qamar prosiguió—: Parece mentira que olvides una noche como la de hoy. Es la noche de Samhain. Es una de las noches más mágicas del año. —Y la palabra noche repicaba en su cabeza como una campana.
—¡La noche de Halloween!
—¿Sabes que significa esa palabra?
—¡La noche de las brujas!
—Sí, entre otros nombres, como "la noche de los muertos" o "víspera de difuntos", ¡¡¡La noche de las ánimas!!! Pero en realidad es una palabra muy ancestral que usaban los antiguos gaélicos para referirse a la noche que antecede al uno de noviembre: Allhalloween. Otro día que tengamos más tiempo hablaremos de ello. —sonrió. Ratón frunció el morro y sus bigotes se pusieron tiesos mientras con su mirada expresaba su sorpresa. Realmente, Qamar era muy sabia pero él ya sabía todo aquello, sobre todo porque cada año ella le contaba algo—. Los humanos la celebran a su manera pero nosotros, los seres especiales, tenemos la nuestra. ¿Recuerdas la fiesta del año pasado?
—¡Cómo para olvidarla con todo lo que pasó! —Y Qamar sonrió— Bueno, en realidad recuerdo muy poco.
—Entonces, no cabe decirte que la magia tiene sus efectos. Hay cosas que olvidas pero algo dentro de ti ya no es igual.
—¡Me estás asustando, querida Lunita! Sabes que yo soy un ser más bien científico.
—Cuando las cosas no se pueden explicar... cabe sentirlas, Ratón. No olvides jamás eso. Hay cosas que existen y punto. No les des más vueltas. Y es lo que ha pasado con tu calabaza azul.
—Sigo sin entenderlo, perdona. Entonces, ¿la calabaza azul es azul por dentro? —preguntó, sorprendiéndo a Qamar con semejante ocurrencia.
—Es una calabaza, Ratón, sea azul o verde. Pero si es mágica igual está llena de más mariposas doradas como esas.
—¿Y si la abrimos?
Ratón, evidentemente, no podía abrirla él solo. Qamar, con su magia plata y azul, obró. Con un haz plateado, como si fuera un afilado cuchillo, empezó a cortar la calabaza. Primero por el medio, para hacer dos mitades. Sí, la calabaza era naranja pero sus pepitas... Sus pepitas eran de muchas tonalidades azules.
—Parece que no es como una calabaza normal, Qamar.
—Llevas razón, Ratón, pero tú eso ya lo sabías.
—Bueno...
—¡Es mágica, Ratón! ¡Sus pepitas tienen que serlo!
Ratón tomó algunas en la mano. No eran semillas como las de una calabaza normal. Eran piedras casi idénticas las unas a las otras, de cristal, como lluvia congelada, y tenían un intenso brillo, como cuando el sol se refleja en el agua.
—¿Y qué podemos hacer con esto? ¿Se planta?
—Puedes probar a ver qué pasa. Entierra unas pocas en aquel rincón —señaló la luna— y con el resto, ¿qué te parece si las regalamos a los habitantes del Bosque como si fuera un talismán?
—¡Claro! Las puedes llenar de tu magia también y esta noche se las entregamos.
—¡Trato hecho!
—¿Truco o trato? Jaja —rio Ratón mientras el tema de la mariposa parecía haber quedado a un lado.
Antes de ponerse guapo para la celebración en el Bosque, decidió decorar su calabaza, naranja esta vez, para colocarla en uno de los escalones de la puerta. Junto a ella dejó un gran montón de caramelos para que los pequeños fueran cogiendo Eso sí, apuntó una advertencia:
«La magia esté en compartir por eso coge solo un poquito de ella para que todos podamos disfrutarla».
Suspiró con una sonrisa entre sus bigotes y empezó a sentirse nervioso. La emoción por vivir una mágica noche como la que iba a llegar causaba furor en él, pero también sentía un especial hormigueo en su tripilla puesto que iba a encontrarse de nuevo con Garrampas, su ratita preciosa quién, además, le había prometido más de un baile a la luz de la luna.
Como sucediera cada noche entre el anochecer del último día de octubre y la madrugada del primero de noviembre, todos los habitantes del Bosque Imaginado se reunieron en la gran explanada, a la luz de la luna que, siempre vigilante, echaba un vistazo a los rituales mágicos de los humanos al otro lado del bosque y se ausentaba un rato para compartir unos minutos con Elio, el sol sin h.
Allí brillaban cientos de farollilos, se escuchaba música, se bailaba a su son y se comía y bebía todo aquello que sumaba lo que cada uno bien había podido llevar.
Ratón estaba feliz por poder compartir algo mágico con los demás. No solo les mostró la última canción que había aprendido a tocar con la flauta —tenía mucho que aprender pero ilusión no le faltaba— sino que aquellos cristales preciosos, de intenso color azul, tan brillantes y tan llenos de magia, magia de Qamar, magia bonita, magia buena, eran un maravilloso regalo repleto de cariño y esperanza.
—Tiene el toque mágico de Qamar.
—Lo conservaré siempre, Ratón. Muchísimas gracias. Es un regalo más que bonito. ¡Me encanta! —exclamó Garrampas emocionada mientras Ratón se ponía un poco colorado por el beso que la ratita estampó en su mejilla—. ¿Sabes, Ratón? A veces el regalo más grande es aquel que parece poca cosa pero si está lleno de amor, de cariño y de buenos sentimientos siempre será el más grande porque estará lleno de magia —aseguró—. Te prometí bailar, ¿bailas conmigo?
—Por supuesto, estaré más que encantado, Garrampitas.
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Arte de Wim Bals |
Y en tanto ambos bailaban con el resto, una pequeña mariposa de hermosas alas transparentes los observaba entre las luciérnagas... pero eso ya es otra historia.
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Ilustración de la red |