20 de abril de 2025

La vereda del espejo

Caminaba sola, como tantas veces, por la vereda vieja del carrascal. El polvo hablaba en sus botas, y el viento —amigo de otros tiempos— le traía canciones que ya no recordaba. El cielo, gastado de azul y de pájaros, parecía mirarla sin prisa. Cuatro cabras, media docena de ovejas. La seguían como la habían seguido siempre: pausadamente, con el deleite de saberse seguras, en terrero y en estima.
Fue entonces cuando lo vio: en mitad del sendero, un espejo. No tenía marco, ni cristal, ni cuerpo que lo sostuviera. Solo reflejo. 
Se acercó con la calma de quien ha visto cosas imposibles en sueños, y se asomó. No era su rostro el que aparecía, sino el de una niña de ojos de almendra y capa de estrellas. Una niña que sonreía con la dulzura intacta de lo que no ha sido roto. 
Alzó la mano, y la niña hizo lo mismo. 
Pero aquel gesto no fue reflejo: fue saludo. Siguió andando. El espejo, como la infancia, se disolvió en el aire. Solo quedó un susurro entre las ramas de los olivos: «Aún puedes soñar».

Campesina con cabra / 1881 / Camille Pisarro  


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