28 de junio de 2016

Trapisonda

o Trebisonda.

Tiene varios usos. Uno más real y el otro ya en desuso. Designa una bulla o riña con voces o acciones; coloquialmente, un embrollo (enredo, confusión); y como segunda acepción no catalogada ya, la agitación del mar, formada por olas pequeñas que se cruzan en diversos sentidos bajo el ulular del viento y cuyo ruido se oye a bastante distancia. 

En cuanto a su etimología, deriva de Trebisonda, según el diccionario de María Moliner. Nombre de una provincia del noroeste de Turquía con capital homónima a orillas del mar Negro. Hoy sería la zona de Trabzon. 
El Imperio de Trebisonda (aludido en novelas de caballerías e incluso en el propio Quijote, capítulo 1) existió en la Edad Media y ocupó un territorio interpuesto entre las rutas comerciales que conectaban Constantinopla e Irán, convirtiéndose en un foco continuo de conflictos entre bizantinos, turcos y mongoles.
Tal vez por ello sea la relación coloquial que se le confiere a bulla, riña, desorden, zalagarda, pendencia, confusión, embrollo..., et. entre dos o más personas, amén de sus acciones. 

Trebisonda había sido una ciudad originariamente fundada por los griegos allá por el siglo VIII a. C. Ellos la llamaron Τραπεζοῦς, lo que viene a significar algo así como ‘que está situada sobre una mesa –Tράπεζα–‘, probablemente por la forma de meseta del lugar donde se ubicó aquella antigua colonia que luego daría lugar a tanto conflicto.
Y ya veis que, a veces, es en las comidas y cenas familiares cuando se lía lo que no está escrito. 

Pero el significado que más me gusta es, precisamente, el que anda más en desuso. Es pura poesía.

Ilustración de Hannah Yata - Eclectix

20 de junio de 2016

Turiferario

Tiene que ver con incienso, obviamente, del latín incendere, “encender". Esta palabra latina da origen también al término "incensario" (el instrumento metálico para incensar), mientras que la raíz griega tus, turis, que también significa incienso, explica la palabra "turíbulo" (incensario) y "turiferario" (el que lo lleva), “fero”, del latín llevar. 

Dejó de usarse en su momento porque turiferario se relacionaba con seguidor de ídolos, el que llevaba incienso a quemar para los ídolos, lo que no cabía demasiado en aquellas cabezas al considerar la idolatría como herejía. De modo que también cambiaron el uso del término “tus” por el eufemismo incensum. Más bien era porque tampoco se disponía siempre de los inciensos de Arabia que los “idólatras” sí tenían, por lo que quemaban cualquier otra sustancia que pudiera servir. 

Angelo tuiferario,  mural anónimo del s. XIII-XIV.
Palazzo Vescovile.

En el lenguaje culto se utilizaba para mencionar al acérrimo lisonjero y acólito adulador y servil de cualquier otro personaje o grupo cuya labor principal era el halago y el aplauso gratuito y ciego a cualquier manifestación del ídolo. 

Apareció por primera vez en el DRAE en 1780 para referirse a la persona que lleva el incensario y servía el incienso en los oficios religiosos: Turiferarĭus. 
En las siguientes ediciones fue variando ligeramente su significado pero siempre en sentido masculino. Pero ya fue en su edición de 1985 cuando se le dio la segunda acepción, la de halagador ciego; desapareciendo ya en las posteriores. Sin embargo, en el diccionario de María Moliner sí se admiten las dos definiciones. 

Por cierto, el incienso se obtiene de un árbol llamado Boswellia Sacra, nada que ver con la planta del incienso, Plectranthus Madagascariensis, que es preciosa y evita bichos. Tiene unas suaves hojas dentadas, medio en forma de corazón, de un bonito tono verde y ribeteadas en un blanco verdoso.


Pablo Neruda en su poema "No hay perdón" de su "Canto General" (XIII-" Coral de año nuevo para la patria en tinieblas"),  comienza así: 

Yo quiero tierra, fuego, pan, azúcar, harina, 
mar, libros, patria para todos, por eso ando errante: 
los jueces del traidor me persiguen y sus turiferarios tratan, 
como los micos amaestrados, de encharcar mi recuerdo.

Yerit. Imagen del Antiguo Egipto extraída de la red

12 de junio de 2016

El gran cuervo blanco

De la red

Érase que se era...
Así empieza la historia en la que el gran cuervo blanco sobrevolaba los oscuros cielos de la noche bajo un espectacular manto de estrellas y una hermosa luna blanca que, como un medallón, única perla celestial, iluminaba la oscuridad.

Su suave graznido se agudizaba en la plenitud de ese silencio nocturno, en el que algunas nubes teñían velos al faldón de la luna que, atenta, observaba al ave dibujar círculos en el aire.

La extensión de sus enormes alas, la viveza roja de sus ojos, la elegancia de su vuelo..., maravillaban a la luna cuyos rayos plateados parecían extenderse como suaves caricias que aleteaban las plumas del cuervo de manera sigilosa, dulce, casi imperceptible...

Y el gran cuervo blanco, el Çorvus Çorax, pensaba qué atrás quedaba su tiempo de brujas, el tiempo en el que servía de mensajero entre castillos y ciudadelas, por saber defenderse ante los halcones, por ser más fuerte que las palomas..., por ser más inteligente, por saber imitar la voz humana y conocer la verdadera lengua del bosque, esa que ningún humano sería capaz jamás de hablar y comprender.

Antes del amanecer rindió su vuelo y alcanzó tierra. Junto al lago, cuyas aguas el viento movía ligeramente, dibujando suaves ondas sobre la superficie, el gran cuervo blanco se vio reflejado en el agua. Alzó su cabeza y miró a la luna. Abrió su pico y del fondo de su garganta emergió un profundo graznido... que retumbó en la soledad de esa noche de luna llena. Rodeando al lago, el bosque de El Olvido, donde reposaban las almas en su vuelo antes de tomar el  cielo.

Sació su sed. Gorjeó el agua fresca y sintió el beso eterno de la luna blanca que, como la Reina Mab, conducía su carro de única perla. Sintió estremecer todo su cuerpo, como si los huesos se le quebrarán, como si su alma albina se agitara pidiendo salir. Y sintió el abrazo de la luna. Ese abrazo puro, tibio, tan cercano que parecía formar parte de él. Se turbó. Se sintió confuso... Y sobre el horizonte, de entre los altos árboles del bosque, apareció la figura de un enorme lobo, tan blanco como las nieves de las cumbres más altas del norte. Embobó tanto al cuervo con su brillo que este no se percató de que la luna había abandonado el reino de los cielos dejando una estela a su paso...

Imagen de la red

Y, al mismo tiempo, el gran cuervo blanco se vistió de noche estrellada, de luna en todos sus plenilunios, de sus cuartos menguantes y crecientes y de sus anaranjados novilunios. Y Çorvus Çorax se convirtió en el gran señor de plumas negras, de noches oscuras y amaneceres albinos. Abrió sus alas y de la punta de sus plumas nacieron dedos, de sus dedos se prolongaron brazos... y, poco a poco, el cuervo se hizo hombre...

Imagen de la red

Al levantar la vista, asombrado, confundido, sin adaptarse a su nueva forma, vio la belleza singular de aquella mujer rodeada de lobos blancos que caminaba por la orilla y estaba a punto de llegar a él. Su rostro se iba tornando suave y en sus labios se dibujaba una sonrisa. La rodeaba un aura especial y el cuervo, hecho hombre, se estremeció. Ella, dulcemente, le cedió algunos velos para que cubriera su desnudez y le tomó de la mano.

Y es que no sabía que había caído en el hechizo de Qamar. A partir de esa noche de luna llena, todas las demás noches de luna llena, durante los siguientes siglos, la luna hecha mujer, la Hechicera, y el gran Çorvus Çorax de alma blanca y alas negras, dos cuervos en un solo corazón; un gran cuervo hecho hombre, podrían caminar de la mano en el gran bosque de El Olvido, donde las almas reposan antes de hallar su cielo...

Luperca de Georgina Gibson

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10 de junio de 2016

Parafernalia

Del griego παράφερνα, compuesta de παρά, pará ‘junto a, al margen de’ y φερνα, ferna ‘dote matrimonial’.
En Roma Antigua, parafernalia (plural neutro del adjetivo parafernal, -alis) sirvió para referirse a los bienes que la mujer conservaba como propios después del matrimonio (parafernalia bona), en oposición a los bienes dotales, que eran los aportados en la dote. En la dote solían estar incluidos los bienes más importantes, de forma que los bienes parafernales, en la mayoría de los casos, serían muy variados y de menor. 

En nuestro idioma no fue una palabra muy usada hasta eso de los años 60 para referirse al conjunto en sí de toda ceremonia o acto, como recogía por entonces el Diccionario de la Academia en su edición de 1989. Pero más tarde, seguramente por influencia anglosajona, el término se extendió a todos aquellos instrumentos, ritos y actos más o menos rimbombantes que adornaban o complementaban una ceremonia o acontecimiento sin que por ello, en realidad, deba ser imprescindible.

Con desordenada parafernalia todo se distribuye en la mesa:
Astrolabio y mensajes en una botella de cristal,
pergaminos y libros de olor rancio, 
catalejos que solo ven el más aquí 
y teclas que escriben desde el más allá;
mapas de tesoros no escondidos, secretos jamás descifrados...
Misterios del pasado, incógnitas del futuro...
Parafernalia de menos...
¿Y yo?

Ilustración de Slavinsky

3 de junio de 2016

Lola, la caracola

 Lola, la caracola, en la orilla del mar suspiraba
 a la luna en cada noche clara imploraba 
 serena que ser nube deseaba:
Nube blanca de lluvia, 
nube gris de tormenta, 
nube de algodón… 

Y la luna, conmovida por su pena, 
  al viento mentó y  el mar levantó. 
Y Lola, la caracola, ascendió 
y en una nube se posó… 
Llovió… y la nube lloró… 
y Lola, la caracola,  al mar cayó 
y cuenta se dio de que su nube en mar se volvió.

Lola, la caracola, de espuma se vistió
y la luna un secreto le otorgó:
Mujer de mar sería
en noches de llena luna.


Ilustración de Catrin Welz-Stein

2 de junio de 2016

Reblar

Del latín “revirāre”. Significa “retroceder” pero yo siempre la he usado y escuchado con la negación “no” delante: No Reblar. 
No amedrentarse, no echarse para atrás… 

Tiene otras acepciones, como la de remachar o doblar a modo de que presente más fuerza, que vendría del latín “roborāre”; o bien de otro verbo “reble” con lo que ya estaríamos hablando de enripiar que es echar ripio en un hueco, es decir, tapar con escombros pequeños o desechos de obra. Pero esta es la que me gusta. 

La primera vez que fue recogido en un diccionario fue en 1855, en el Diccionario Enciclopédico de la Lengua Española. 
Es una palabra muy aragonesa.

¡Vamos, vamos, caballito!
¡Corre, corre que te vuela!
¡No rebles! ¡Siempre hacia adelante!
¡Corre! ¡Vuela!

The sweetest journey de Nicoletta Ceccoli

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De mis viajes en caracola...