Ratón había aprendido a amar la Navidad. Al principio no había sido fácil. Su familia estaba muy lejos y, aunque enseguida le habían acogido en el barrio como a uno más, se había sentido algo triste pero, ahora, era su época favorita del año, como le pasaba a Willson, el gato que odiaba la navidad y acabó adorándola. No sabía si era por los dulces que preparaba la señora Ramona, de piñones y nueces; esa bebida tan dulce que todos los años hacía Pirlas, el gato de la calle Pulguillas; las viandas tan ricas que surgían de todas partes y, sobre todo, seguro, la amistad y lo bien que lo pasaban todos juntos. Si todo eso era el espíritu de la Navidad, estaba encantado de conocerlo.
Aquella mañana del día de Noche Buena había terminado de decorar su casa. Los pequeños Güiro y Timba no se habían perdido la ocasión y se habían plantado en su casa para ayudarle aunque, a veces, más que ayudar, desayudaban pero él lo pasaba bien y ellos le ponían a todo mucho interés. Había preparado un poco de chocolate caliente para desayunar pues la mañana era muy fría. La escarcha cubría todo el jardín y había hielo en las calles. Algunos carámbanos colgaban de los tejados y la fuente de Michu se había congelado. Lo más curioso es que las calabazas azules ahí estaban, tan ricamente lúcidas. Cuando las observaba, se preguntaba por aquellas mariposas de alas transparentes. No las había vuelto a ver pero no había olvidado la sensación percibida cuando aquella se apoyó en su nariz. Todavía sentía el hormigueo en su tripa.
Dibujo realizado por Maria Tiqwah |
Entre todos los vecinos y amigos se habían repartido las diferentes tareas. Mientras unos se debían encargar de la comida y las bebidas, otros habían acondicionado el sótano corrido y recogido leña para poder estar calentitos aquella noche. Otros habían preparado largas mesas y las habían vestido con manteles de mil colores hechos a base de retales. Cientos de guirnaldas colgaban de un lado a otro. El calor de las chimeneas había hecho el lugar muy acogedor y las luces de los pequeños candiles creaban un ambiente relajado y mágico.
Faltaba poco para la cena. Ratón tocaba unas notas con su flauta. Aquella noche amenizaría la sobremesa junto a su pequeña banda. Guardaba el instrumento en su estuche y se acordó de Garrampas, su ratita bonita. No se verían hasta la cena de fin de año. Se sintió un poco apenado.
Perdido en esos pensamientos no se dio cuenta de que la habitación se iluminaba por completo. Cuando reaccionó, pensó que era su lunita Qamar y sus rayos plateados pero no. Detrás de él, reflejado en el espejo, apareció un ratón blanco como la leche que le sonreía. Ratón se dio un susto de muerte. Se quedó petrificado e intentó gritar pero no le salió palabra alguna.
—No te asustes. No vengo a hacerte daño. Cálmate. —Aquella voz sonaba rotunda pero, al tiempo, como un susurro. Era dulce, armónica..., celestial.
—¿Eres un fantasma? ¡No creo en los fantasmas así que si lo eres ya puedes marcharte! —espetó Ratón. Si le hubieran preguntado qué había dicho, no hubiera sabido responder.
—¿Me ves pinta de fantasma? —preguntó el ratón blanco, mostrando la belleza de unas alas que agitó suavemente. Ratón sintió el aire como una caricia. No había visto más fantasma en su vida que el fanfarrón de Rodolfo, el gato que se creía aristócrata y que vivía en el chalet del final de la calle, y los que aparecían en los libros.
— ¡¿Un ángel?! —exclamó ante su asombro. Aquello no cabía en su cabeza—. ¿Existen los ángeles? —continuó, acercándose muy despacio para intentar tocarlo. Tampoco había visto antes uno. El tintineo de una campanilla lo frenó.
—Existo, pero no me puedes tocar... porque solo existo en tu corazón, y en el fondo de tu alma.
Ratón no entendía aquellas palabras. ¿Qué quería decir el ángel ratón? Se produjo un profundo silencio que solo rompía el dulce tañido de la campana que el ángel sostenía entre sus manos. Qamar no le había explicado nada al respecto. ¿Qué estaba pasando? ¿Era el espíritu de la Navidad? ¿De eso se trataba? Y se acordó del cuento que había contado a Willson, Cuento de Navidad, de Dickens. El pobre Ratón llevaba un jaleo en la cabeza con los fantasmas y los ángeles que, por un momento, pensó que se hacía realidad el cuento y él era el infeliz Scrooge. El ratón blanco sonrió y aquella sonrisa hizo que Ratón se sintiera bien. Entonces comprendió lo que acababa de decirle el ángel. Su corazón estaba lleno de bondad y su alma era pura. Solo así podría ser que aquello estuviera sucediendo o que la magia de la Navidad en realidad sí existía.
—Cuida a tus amigos, a tu nueva familia. Ellos creen en ti como creen en la luz del amanecer o en la luna que ilumina la oscuridad de la noche. Sigue confiando en Qamar. Ella abraza al mundo desde que la luz se hizo en él con Elio. Cuida también todo cuanto te rodea pues formas parte de ello. Sé siempre bondadoso y justo. Procura el bien para los demás y tu alma será inmensa, Ratón. Lucha contra lo que creas injusto y no dejes de ser humilde y noble... —Y las palabras del ángel, que sonaban como una melodía, se fueron disipando como el aroma de las violetas en el campo hasta dejar de escucharlas. También el ser desapareció. Sin embargo, Ratón percibía un terremoto en su pecho. Se llevó las manos ahí tratando de contenerlo. Le temblaban hasta los bigotes. Intentó calmarse pero no lo logró hasta que apareció Qamar. Ella simplemente lo abrazó con su haz azul y plata. Qamar era la luz en medio de la oscuridad, como decía el ángel, y su alma, estuviera donde estuviera, lo sabía. La luna no es de queso como dicen los cuentos. La luna es única y está llena de magia. Como la Navidad.
—Ya sabes dónde vive la magia, mi querido Ratón. Dónde debes mirar para encontrar tu ángel...
—Dentro de mí.
—Así es. Y, ahora, debes irte a la cena. Tus amigos te esperan. Disfrútala.
—Gracias, lunita. ¿Sabes que te quiero mucho? —Qamar sonrió, asintió y le acarició entre las orejas con la punta de uno de sus rayos.
La habitación recuperó su luz normal. Ratón se abrigó y se puso alrededor del cuello la bonita bufanda que las arañas del bosque habían tejido con reflejos de luna azul para él.
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