27 de julio de 2018

Estrellita Locuras

Imagen de la red


Esta es la historia mágica de una pequeña ternerita nacida en una pequeña granja a las faldas de una montaña de picos nevados en invierno y verdes praderas en primavera. 
Cuando nació no parecía muy diferente a las demás: blanca con manchas negras y con un par de perfectas estrellas, como una dentro de otra, marcadas en lo alto de su testuz, lo que la hacía muy graciosa.. Preciosa y traviesa, algo independiente e inquieta, seguía a su madre en la distancia justa, y se arrimaba cuando el hambre apretaba. A veces parecía una cabra, dando brincos de un lado a otro entre el resto de las vacas. Algunas la tociaban* para que estuviera quieta o se alejara. Otras, aguantaban pacientemente; quizá recordaban que también habían sido pequeñas. No era una vaca loca, pero Joaquín, el viejo granjero, la llamaba Locuras porque a él, sí lo traía de calle. 

Aquella mañana, cuando Joaquín entró en la cuadra para limpiar a sus vacas y darles de comer, se percató de que algo raro ocurría. Paquita, la mamá de Locuras, amamantaba a una ternera que se parecía mucho a la ternera, blanca y negra, pero sin estrellas en la frente. La observó detenidamente. Fruncía el ceño y se rascaba la cabeza como si así pudiera venirle una clara explicación de qué había ocurrido con su pequeña vaquita.

—¡Qué extraño! —pensó el hombre, poniendo los brazos en jarras, aunque no tenía intención alguna de pelearse con nadie, mas sí de averiguar qué misterio se encerraba ante sus ojos. 

No le resultó complicado atrapar a Locuras, ya que cuando comía solo atendía a comer. La supervisó bien, buscando la estrella y, al final, la halló en una de las patas traseras. 

— ¡Qué extraño! — insistió entre dientes. 

Día tras día, sucedía lo mismo. Locuras parecía ser la misma. Ahí estaban sus manchitas blancas y negras... y su doble estrella... cada día en un lugar diferente de su cuerpo. Aquello tenía muy confundido al viejo granjero. que jamás había oído hablar de algo así y menos, haberlo visto. Pero debía callar porque sus vecinos podrían pensar que sus vacas estaban embrujadas o, peor aún, que el chiflado fuera él. Y ya tenía bastante con escuchar mil y un aspavientos y protestas por el carácter travieso de la ternera, así como tener que pagar por las consecuencias de aquella manía suya de curiosear los huertos que a su paso hallaba. 

—¡¡¡Esa ternera tuya es una locura!!! —le decían—. ¡¡¡Te va a salir cara!!! 

Estaba claro que tenía que averiguar qué ocurría en el establo. Aquella noche de finales de semana, Joaquín se apostó en la parte alta y observó. No sucedió más allá de la aventura de un ratón paseándose por el borde del comedero, sin miedo alguno, a pesar de la presencia de Lucas, el gato que nunca estaba cuando era necesario. A veces, Joaquín se preguntaba qué para qué estaba aquel gato que se pegaba la vida durmiendo y bebiendo la leche de las vacas. 
A partir de ahí, aconteció lo que otras noches, como siempre había sucedido a lo largo de los siglos cuando la luna se preparaba para bañarse de un rojo amanecer bajo la sombra de la tierra, solo que nadie había prestado el debido detalle al asunto. 

Era algo que ocurre desde que el mundo es mundo, pero desde que el primer hombre miró al cielo y descubrió la luna, se había convertido en un hecho mágico, a veces agorero, cuya comprensión se escapaba a su sencillo entender y cuyas únicas preocupaciones eran que sus cosechas y sus animales no se echaran a perder. Cuando logró comprender los ciclos de la luna todo pareció ser diferente, aunque aquellas noches en las que se mostraba tan grande que ocupaba el horizonte y tan cerca que casi se podía tocar; que brillaba tanto que podía convertir la noche en día o se acicalaba de un curioso tono rojizo, seguían siendo adalid de sus temores y supersticiones. 

Visto su fracaso por haberse dormido, Joaquín decidió repetir la vigilancia. 
Al atardecer, la luna empezó a mostrarse diferente, a ensombrecerse e ir desapareciendo. Estabuló su ganado en la cuadra y cerró a cal y canto, permaneciendo con él. Los animales no se mostraban demasiado inquietos. No así él, que de tanto en tanto observaba a través de uno de los ventanucos, sin abrirlo en exceso, el devenir de la noche. El aspecto de la luna le resultaba turbador. No recordaba haberla visto así antes en todos sus años. 
Joaquín, el viejo y curtido granjero, no olvidaría aquella circunstancia. Cuando despertó, maldijo el momento, pero fue a ver a Locuras. Sonrió agradecido y respiró hondamente, mientras la ternera contemplaba con muchísima atención el vuelo de un diente de león que se había colado por el hueco de la ventana. 

A partir de ese momento, Locuras, la locura de la granja y de los vecinos, pasó a llamarse Estrellita, la joven vaquita a la que el destino había tocado con un halo de magia. Quedaría así, en algún resquicio de la memoria de Joaquín, el misterio que acaeció aquellas noches en la que la luna se vistió con velos rojos y danzó coqueta entre las sombras del cielo.


Imagen de la red

*Tociar es un verbo en aragonés para referirse al hecho de que el ganado se golpee en la cabeza, generalmente, uno contra otro o también cuando golpean a algo o a alguien.

20 de julio de 2018

Palimpsesto

Vocablo procedente de griego antiguo "παλίμψηστον", que significa "grabado nuevamente": La palabra está formada por "pali", que en griego significa «nuevo», y "psao", «raspar» o «frotar», y hace referencia al manuscrito que todavía conserva huellas de otra escritura anterior en la misma superficie, pero borrada expresamente para dar lugar a la que ahora existe.

El más conocido es el Palimpsesto de Arquímedes (Παλίμψηστο του Αρχιμήδη).
Se trata de un libro que fue escrito en el siglo XIII por un escribano llamado Juan Myronas y que en lugar de usar pergaminos nuevos empleó las páginas de cinco libros para escribir oraciones y bendiciones sobre ellos, previo raspado y borrado de los antiguos textos.

Los primeros palimpsestos eran trabajados mediante técnica muy simple, usada, sobre todo, a partir del siglo VI como consecuencia de la dificultad de lograr, en un principio, papiro egipcio y, posteriormente, como unos cinco siglos, por la carencia y alto coste tanto en el precio como en la preparación para el uso del pergamino. El papel todavía no era conocido ya que no llegó a Europa hasta que los árabes lo introdujeron en España allá por el siglo XI.

La vitela sobre la que se reescribía era raspada con piedra pómez y, obviamente, quedaban restos aunque fueran poco visibles. En tiempos posteriores, ya se utilizaron otras técnicas más eficaces como tintura de agallas que se aplicaban con pincel o tintura de Giobert (sulfidrato de amoníaco). Actualmente, se pueden tratar mediante aplicación de diferentes luces, de modo que siempre puede verse lo que había escrito sin dañar el material.

El problema de aquellas primeras aplicaciones no era tanto la técnica como las pocas artes que tenían quienes la utilizaban y cómo gestionaban los documentos. Su forma de reciclar era muy dañina pues no solo raspaban, sino que tambén recortaban, unían "las hojas" como bien les venía y reconstruir esos textos reciclados resulta, en ocasiones, muy complejo o imposible.

Es un término que se aplica a otros campos como la arqueología, la antropología la geología.

Otro de los palimpsestos más conocido contenía las Instituciones de Gayo, en la Antigua Roma, cuyas vitelas estaban toscamente rapadas para reescribir las obras de san Jerónimo. Fue descubierto en 1816 por el historiador Barthold Georg Niebuhr.

Hace apenas un par de meses, salió a la luz el llamado palimpsesto de Sana'a: Uno de los más antiguos manuscritos coránicos conocidos. Se ha convertido en único gracias al buen ojo de una experta francesa, la Dra. Eléonore Cellard, quien observó un texto apenas visible bajo de una copia del siglo VIII de las Sagradas Escrituras del Corán. Un texto de escritura árabe sobre escritura copta. Lo curioso de la historia es que lo descubrió mientra miraba un catálogo de subastas de la casa Christie’s.

Fragmento del raro manuscrito vendido por Christie’s. (Christie’s)
 Fragmento del palimpsesto de Sana'a

11 de julio de 2018

La imaginación.
Ese enorme mapa de señales vivas donde ninguna permanece demasiado tiempo en el mismo lugar.
Cada vez que lo miras descubres algo nuevo que te lleva 
a insólitos e insospechados tesoros.

Ilustración de Alain Donnat

"El reto para todos nosotros es 
tener el corazón de un poeta  y la piel de un elefante". 
Mira Nair

↓↓↓ Notas de interés a pie de página ↓↓↓

De mis viajes en caracola...