30 de agosto de 2020

Los muertos no dan besos

Cuando conocí a Serbal tendría él unos ocho años más o menos. Me llamó la atención su corta estatura, sus piernas tan delgadas, aquellos ojos tan vivos y su pelo tan arremolinado. Pero lo que más captó mi interés fue su silencio. Solo cuando creía que nadie lo veía, canturreaba una canción que apenas podía escucharla el cuello de su camisa. 

Niño campesino sentado en el prado 
 1883 / Georges-Pierre Seurat

Aquella mañana, después de cruzarnos varias veces en la acequia, decidí ofrecerle un trozo de mi merienda. Él dudo un poco pero, al final, decidió sentarse unos metros más allá. Guardamos silencio. Nos mirábamos de vez en cuando y, cuando yo hacía algún movimiento brusco, él se ponía en alerta.

—¿Sabes qué significa tu nombre? ¿Quién te lo puso? —pregunté con voz suave y tono calmado. Tardó en pronunciarse. Terminó de tragar y respondió:
—Mi abuela. —Recuerdo a su abuela, a su familia, aunque no suelo bajar al pueblo demasiado. Siempre he vivido por estos lugares más solitarios, entre los hortelanos y cabreros.
—Ese árbol que ves ahí es un serbal. Tiene tu mismo nombre. Lo llaman de los cazadores porque sus frutos, esos rojos que ves ahí, son muy apetitosos para los pájaros. Así que se usan para cazarlos. Y todas su hojas sirven de ramón para los animales. Yo les doy a mis cabras y les entusiasma.

Pensé que aquello le haría sonreír y provocaría su curiosidad para querer ver a las cabras que andaban sueltas en la parte trasera de la caseta.

Fotografía de Erwlas, Stuart Madden

—¿Sabes, Serbal? Ese árbol es mágico. —Levantó la mirada y me mostró aquellos enormes ojos verdes y su cara llena de pecas que le daban un aspecto dulce y travieso.
—¿Por qué es mágico? —Por primera vez en todos los días desde que le conozco, pude percibir un rasgo de interés real.
—Cuando florece es blanco y cuando tiene frutos es de un rojo intenso, ¿lo ves? Además, representa la vida, tiene toda su esencia, Serbal. Esa bayas, esas bolitas, pueden curar. 
—¿Qué curan? —preguntó, sin darse cuenta, creo, de que se estaba acercando hasta mí.
—Bueno, algunas cosas que tienen que ver con la sangre, los dolores..., la tos y cosas de tripas.
—¿Solo eso?
—Puede que alguna cosa más pero la desconozco. —Intuí que deseaba saber algo en particular, así que me atreví a preguntar—: ¿Qué te gustaría que curasen? Podríamos averiguarlo en algún libro. —Durante unos largos segundos estuvo callado. Bajó la vista y respiró profundamente antes de volver a levantar la cabeza y perder su mirada en el horizonte. Me causo una gran ternura al tiempo que una profunda tristeza.
—Pensé que quizá podría traer a mi madre...
—¿Dónde está?
—Dicen que en el cielo pero sé que no es verdad.
—¿Por qué crees eso, Serbal?
Porque los muertos no besan.

Se me encogió el alma. Sentí ganas de cobijarlo en un abrazo. Le intuía tan frágil pero sé que era más fuerte que un roble. Sus ojos se tornaron muy brillantes pero no llegaron a lagrimear.
No supe bien qué argumentar en aquellos momentos. ¿Cómo enfrentar a un niño ante la muerte?, me pregunté. ¿Cómo enfrentar a Serbal ante el hecho de que ensoñara a su madre o, efectivamente, se tratara de otra cosa? Respiré tan hondo que me dolió el pecho. Él hizo casi lo mismo. En ese preciso instante, cuando volvimos a mirarnos, percibimos que estábamos uno al lado del otro, rozándonos. Le cogí la mano y se la presioné con suavidad. Ni por un momento dudé de lo que me estaba confesando.

—¿Está aquí ahora, Serbal? —Negó—. ¿Cuándo la ves?
—Casi siempre. Hablamos, reímos, cantamos..., y por las noches, viene a arroparme y a darme un beso.
—¿Se lo has dicho a alguien? —Volvió a negar, guardando la mirada en el suelo—. ¿Te da miedo o te gusta?
—Me gusta —dijo mirándome. Le sonreí.
—A veces, Serbal, aquellos que nos quieren tanto, como los padres, los abuelos, los hermanos..., un amigo de verdad, desaparecen de nuestras vidas y no volvemos a verlos como antes pero no quieren dejarnos solos. Desean seguir cuidando de nosotros, protegernos, hacernos compañía... porque sienten que les echamos de menos o que les necesitamos. Sin embargo, tenemos que ser fuertes y ayudarles a que sigan su camino y nosotros poder seguir el nuestro. Tu mamá jamás se irá de tu lado porque va a vivir siempre en tu corazón. Debes prometerle que estarás bien, que vas a ser fuerte y que nunca la olvidarás, que tienes a tu abuela, a tu familia... Y ahora a mí... Siempre que me necesites, puedes venir a verme.
—No quiero que se marche.
—Lo sé pero debe llegar al cielo que es dónde necesita estar... ¡Necesitamos estrellas en el cielo! Para eso debe saber que tú estás bien aquí y que harás todo lo posible por crecer fuerte, sano, bueno... Por ser una gran persona, un gran hombre. ¿Lo intentarás? —Hice una pequeña pausa—. Cuando venga a darte el beso de buenas noches, se lo dices y ya verás como se pone feliz por escucharte. A lo mejor tarda unos días en irse pero podéis hablar y así estar tranquilos los dos. ¿Qué te parece?, ¿es una buena idea?
—Lo intentaré —afirmó, triste.
—Dile que tienes una nueva amiga con la que puedes hablar siempre que desees. Ella seguro que sabe quién soy. También fue una niña como tú y venía por aquí alguna vez para jugar con las cabritillas y ayudarme a coger verduras que se llevaba luego a casa.
—¿Cómo te llamas? —Le volví a sonreír y le hice una carantoña en la punta de la nariz antes de apartarle un mechón de los ojos.
—Seguro que lo adivinas. —Negó—. Inténtalo. Es una flor y a ti te gusta mucho. Es roja y crece en el campo, en cualquier parte...
—¡¿Amapola?! —Asentí, y ambos sonreímos.
—Hubo hace muchos años, una gran guerra que se extendió por todo el mundo y la tierra, abandonada a su suerte la mayor parte del tiempo, se convertía en tierra de nadie por lo que crecían como setas. ¿Te imaginas el espectáculo, Serbal? Por eso la amapola es conocida como la flor de la paz. —Puso cara de estar imaginando pero dudo que logrará hacerse a la idea—. Pero mi madre me llamó así porque... ¡mira mi pelo!
— ¡Rojo!
— ¿Vamos a ver que hacen mis cabritillas?
—Sí.

Se levantó de un salto. Se arregló la camisa y se pasó el pelo por detrás de las orejas. Sonreía y eso me hizo muy feliz. Estaba segura de que íbamos a vernos durante mucho tiempo y que, en cualquier momento, soltaría todo lo que llevaba guardado dentro. Solo debía ser paciente y saber escucharle.

Obra de Miguel Ángel García López


Esta es mi participación en el reto de escritura creativa de una cazadora de nubes, Rebeca. Lleva por nombre "Fuego en las Palabras" y es mensual, salvo ahora en verano que vale por dos.
Un relato inspirado en el titulo dado "los muertos no dan besos" y cuyas normas esta vez sí cumplo.


24 de agosto de 2020

Y si es preciso, me invento las palabras que hablen de mis sueños. 
©ɱağ

Ilustración de Nicoletta Ceccoli

13 de agosto de 2020

Entrevista en la radio

Hoy, 13 de agosto, me han hecho una entrevista en Aragón Radio, en el programa Despierta Aragón, dentro de la sección, Yo te cuento presentada por Ainhara Güerri, en relación al concurso de microrrelatos en casa que la Asociación ASAPME promovió a fin de premiar la expresión literaria de las emociones durante el período de confinamiento pasado, en la que mi nocuento Doña Camila de los Olvidos fue premiado en segundo lugar (10/7/2020).

Lo cierto es que he estado bastante tranquila, más de lo que esperaba. También es cierto que la presentadora me ha llevado muy bien de la mano. Eso lo ha hecho más fácil. Estoy agradecida y muy contenta por todo esto que ha aparecido en mi vida. Igual es una tontería pero es algo bonito, que no se da todos los días y que hay que disfrutarlo.

Dentro de la entrevista, hay una recreación del nocuento. La verdad es que escucharlo en otra voz, con el tono adecuado, crea una emoción especial que deseo compartir con todos vosotros.
Si os apetece, solo debéis picar en la imagen para que se abra el enlace y darle al play. El audio dura apenas 10 minutos.
Ya me contaréis si acaso.


Ilustración de Nicoletta Pagano

8 de agosto de 2020

El fruto del Amor

¿Os acordáis, si no os lo recuerdo yo, que allá por la primavera el amor hacia de las suyas? Os subí unas fotos caseras sobre el amor entre una pareja de palomas. Hicieron nido en el árbol frente a la terraza pero los jardineros del Ayuntamiento pasaron unos días después y lo podaron, con lo cual, el nido desapareció y el par de huevos que tenía, también, pero no el amor entre ellos, y hoy os puedo mostrar que siguen en la terraza y que son tres aunque no he logrado dar con todos a la vez.

Añadir leyenda


Como dice mi madre, parece que Dios los ha venido a ver.


Y aquí, no sé si es la madre con el pichón, o está el padre con él. 
Por las pintas, debe ser la madre. El pequeño incordiaba al adulto para que le diera de comer, supongo.


Y aquí, él o ella solito o solita, sin ningún miedo a la cercanía.


Es verdad que las pobres están muy mal vistas, que para muchos son como ratas con alas, pero a mí me gustan y no me hacen ningún mal, así que aquí las tenéis, las reinonas de la calle y de la terraza.

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