17 de septiembre de 2023

La mala oscuridad sobre el Bosque de los Altos Árboles Estelares

Desde el abismo más profundo de la noche, cuando el mundo descansa y el velo de la realidad se desvanece, Qamar, la luna azul, despierta de su sueño estelar. Con su manto de velos negros se prepara para su transformación, ese momento en que deja de brillar en esta parte del firmamento para recorrer los reinos oníricos  al otro lado del universo.

Ratón, a pesar de conocer esta ausencia cada determinado tiempo, siempre se entristece un poco. Aun a sabiendas de que ella está atenta desde su nido de oscuridad, el ratoncito no puede evitar sentirse melancólico, aunque Elio, el sol sin h, y los demás seres del Universo Azul también se mantengan en alerta durante su partida.

Apoyado en el alfeizar de la ventana, como si estuviera a punto de embarcarse en una emocionante aventura, Ratón aguardaba ansiosamente la llegada de su querida lunita. Aquella noche en particular era cálida, muy cálida, pero Qamar le había aconsejado que se abrigara como si fuera al Polo Norte. Aunque esto contrariaba un poco al pequeño roedor, él obedientemente se había puesto toda su ropa de abrigo, pareciendo una cebolla, por lo que no tardó en sentir calor. A pesar de todo, Ratón sabía que valía la pena esperar a su amiga, porque cada reencuentro era especial.

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Puntualmente, tras una de las nubes de la noche, como un suspiro mágico, los rayos de Qamar, todavía plateados y cerúleos unos, y ébanos otros, atravesaron el jardín y llegaron hasta la ventana. La sonrisa de Ratón resplandeció bajo el inmenso brillo de su luna. Sus bigotillos, comunes siempre, se tornaban traslúcidos, como si infinitas gotas de rocío salvaje se posaran sobre ellos. Sus ojos brillaron con la intensidad de un sol de media tarde y sus orejillas, resultado de la emoción ratuna, empezaron a aletear como si se fuera a echar a volar.

—¡Qamar, lunita Qamar! ¡Mi lunita bonita! —exclamó, olvidando por un momento el calor asfixiante.

La luna sonrió y ofreció sus rayos al ratón para fundirse en un agradable abrazo.

—Siempre estoy aquí, mi querido Ratoner, incluso cuando no me ves, cuando crees que no estoy. Mi presencia es infinita. Además, no olvides nunca que mi brillo se mece en tu alma. —Las palabras de Qamar siempre estaban llenas de poesía y profunda sabiduría—. ¿Preparado para vivir una emocionante aventura?
—A tu lado, mi querida lunita, ¡siempre!

Qamar, cuyo poder era tan grande como el del mismo Universo Azul, transformó algunos de sus rayos en un carro tirado por suspiros mágicos. Ratón se acomodó, y juntos emprendieron un lento ascenso hacia la oscuridad del cielo. La ciudad se fue convirtiendo en pequeños puntos lumínicos hasta que las estrellas fugaces se definieron en guías luminosas para la travesía, mientras hilos de ensueño tejidos por la mano de Qamar se desplegaban por el infinito. Entonces, Ratón comprendió el porqué de tanta ropa de abrigo. Por un momento, sus bigotes se volvieron escarcha, pero enseguida todo tomó calma. Su cuerpo era más ligero que nunca y sentía una curiosa emoción por todos los pelillos que lo cubrían.

—¿Dónde vamos, lunita?
—Hacia el corazón del cielo. Sé paciente y abre tu mente a la fantasía, a los sueños... como siempre te he enseñado.

Ratón no sabía si volaba hacia arriba o hacia abajo, solo que flotaba, que se mecía tan livianamente que parecía no moverse. Miró hacia atrás y observó que el carro de rayos de Qamar derrochaba un destello de polvo de estrellas. Suspiró y sonrió.
Un poco más allá, en alguna parte del vasto Universo Azul, pudo vislumbrar un misterioso portal. Supo que se trataba del corazón del cielo. 

Agujero de gusano / Art of it imágenes

Intrigado por aquello, decidió preguntar, pero como respuesta obtuvo susurros de luciérnagas aladas que, por un momento, identificó con los versos de Qamar. La luna le dirigía directamente hacia él. Al atravesar la frontera sideral. Qamar iluminó todo con su intenso brillo, y un repentino zarandeo lo obligó a agarrarse fuertemente al apoya manos, sintiendo un remolino en su estómago.

—¿Estás bien?
—¡Sí, sí! Esto es muy emocionante... y esta luz...; esta luz en... mágica —acertó a decir.

Ratón, feliz como una lombriz, se dio de bruces con un mundo que ni en sus sueños más fantásticos habría podido adivinar ni hallado en ninguno de sus libros. De la mano de su lunita, conoció criaturas increíbles, como seres mitológicos y animales parlantes. Cada uno de ellos tenía una historia para contar, que ambos escucharon con atención. Con cada una de ellas, el pequeño ratoncillo descubría una verdad oculta y se enriquecía con el conocimiento de los reinos oníricos. 
Miraba admirado a Qamar, que parecía haber envuelto sus velos negros en unos inmensamente azules, brillantemente plateados y maravillosamente albinos. Estaba deslumbrado y había olvidado el tiempo.

Pero, como en todo cuento mágico, también hallaron desafíos. ¿Qué clase de aventura sería esta si no se encontrasen con un punto de fantasía oscura o con algún peligro al que hacer frente? Qamar sabía qué estaba ocurriendo y por eso estaba ahí. 

Sobre el Bosque de los Altos Árboles Estelares, un extraño hechizo había caído, y su belleza se estaba desvaneciendo. Solo Qamar, con su magia de lo imposible, podía ayudar a restaurar la vida y la luz en el frondoso bosque. 
Un ser misterioso, envuelto en sombras malignas, era el culpable de la maldición que había caído sobre el bosque. Con su poder tenebroso había sumido la hermosura del lugar en una profunda umbría, donde la niebla de la soledad y el viento del miedo reinaban a sus anchas, impidiendo que la luz del amanecer penetrase en el que había sido un frondoso bosque.

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Ratón, al conocer esta historia, sintió como si la sangre se le congelara en las venas. Percibió un atisbo de miedo subiéndole por las patitas y un profundo y grueso nudo en la garganta le impedía articular palabra. Por otro lado, estaba tranquilo, pues sabía que la magia de Qamar era la más potente del Universo y que llegaba ahí donde la de Elio, el sol sin h, no podía hacerlo.

Qamar debía enfrentarse a este enigmático ser en un intento de restaurar la vida y la luz en el bosque. Hasta entonces, sus esfuerzos de diálogo no habían servido de nada, pues el Señor de las Malas Noches se protegía en sus sombras, aumentando su tenebroso poder y desafiando la influencia de la luz estelar del Universo Azul.

—Necesito que te pongas delante de mí, mi querido Ratoner; que pienses en lo más bonito que conozcas, que ilumines un recuerdo que te haga sentir bien y no dejes de mirar hacia adelante. —Ratón la miró más sorprendido que convencido.
—Así lo haré, mi lunita.
—Cuando yo te diga, extiende las manitas desde tu pecho hacia este ser oscuro y no abras los ojos hasta que te diga lo contrario.

Qamar invocó su poder, avisó a su amiguito que abrió sus brazos, y la luna empezó una ancestral danza con la que sus velos se abrieron en infinitos rayos que, como serpientes de luz, fueron recorriendo todos los senderos del bosque, penetrando en la tierra para acoger con ellos las raíces de las plantas y nadando en las aguas para volverlas cristalinas, liberando una fuerza sanadora. Los árboles reverdecieron, las flores florecieron y todos los seres recuperaron su esplendor, mientras Ratón
La luz arrastró la oscuridad del mal, dejando solo aquella necesaria para que las estrellas y los astros mágicos pudieran brillar e iluminar el corazón del cielo.

—Ya puedes abrir los ojos, Ratoner.

Ratón lo hizo lentamente, casi con cierta prudencia. Cuando por fin atisbó todo, pudo ver la verdadera belleza de aquel lugar tan encantado como encantador. Se llevó las manitas al hocico, asombrado y admirado. Miró a la luna y esta le sonrió.

Agradecidos por la intervención de la luna Qamar y de su amigo entrañable, los habitantes del reino del Bosque de los Altos Árboles  Estelares les otorgaron un regalo especial: una joya radiante que reflejaba todos los colores del universo y que simbolizaba el nacimiento de la vida, pues latía con todos los latidos de los seres de aquella parte del universo. Con este tesoro, la luna azul podría seguir tejiendo sueños y destellos en el firmamento y vestirse con tules del color que deseara —algo que ya podía hacer, pero que ellos desconocían— y Ratón jamás perdería la fe en los grandes misterios del Universo Azul.

Génesis / Xetobyte vía DevianrArt

Ratón se sintió muy orgulloso de su lunita. Estaba tan inmensamente emocionado que unas lagrimitas se derramaron de sus ojos. El Hada de la Luz que había entregado la joya a Qamar, se acercó a él para imponerle magia sobre el corazón del roedor. Este sintió un torbellino en su pecho y una sensación de libertad que no podía comparar con nada, solo con los momentos que compartía con Qamar y su brillo.

El mal poder del Señor de la Mala Oscuridad, como también hacia llamarse, se debilitó y el ser oscuro fue desterrado, quedando para siempre cautivo en el agujero oscuro de su propia creación. Con su derrota, la luz del amanecer se pudo filtrar a través de las copas de los árboles, iluminando cada rincón del bosque estelar.
Y es ahí donde, siete días de cada veintinueve y medio, Qamar viste sus velos negros y se transforma en luna nueva para venir hasta este bosque y hacer brillar la Buena Oscuridad con sus reflejos.

Ratón había sido agraciado con el conocimiento de uno de los secretos de su lunita. Siempre le preguntaba adónde iba cuando se vestía con aquellos velos negros y ella le respondía de manera enigmática. Ahora, ya sabía la respuesta.

Ratón, acompañado por un soldado semilla del cielo, regresó a casa. En unos días, cuando la luna regresara de su descanso, seguirían explorando lo inexplorado y viviendo la magia de los sueños bajo el auspicio de los rayos de luna y disfrutando de la bella amistad que compartían.
Mientras, al lado de las calabazas azules, se plantó la semilla y de ella, en la noche más estrellada, nació el pequeño gran árbol de las estrellas cuyas hojas solo se ven de noche.

Árbol mágico / Pinterest

3 de septiembre de 2023

La pastora de caracoles

En la Pradera del Ensueño, bajo la luna plateada y el sol creciente, vivía Silvana, la pastora. Sus vestidos eran de flores y los cabellos del color de las castañas, sus ojos brillaban como estrellas y su piel sonrosada estaba salpicada de graciosas pecas. Silvana era alegre y feliz en medio de la naturaleza y orgullosa de cuidar de su rebaño. No había pastora como ella ni caracoles como los suyos. Le gustaba canturrear y hacía flautas con palos que luego iba regalando a quien encontraba por el camino. Aún sin saber tocar, quien soplara por ellas, lograba hilvanar alguna melodía. A veces, más suave; a veces, más aguda.

La pastora de caracoles / Omar Rayyan

Por la mañana, cuando sus compañeros mágicos despertaban con el frescor, los sacaba de paseo por el campo para que apacentaran sobre la hierba fresca. Los caracoles de Silvana eran especiales; sus caparazones brillaban en tonos arcoíris, y al cantarles una nana, bailaban alrededor de ella como luciérnagas danzarinas. Tenían el mágico poder de curar el alma y las heridas del corazón, pero también guardaban un secreto que Silvana desconocía, aunque alguna vez había soñado con él.

Un día, un caracolito llamado Centella se perdió. Era el más inquieto y aventurero, aunque siempre estaba muy cerca de la pastorcilla. Silvana buscó y buscó, pero no lo encontró. Ni siguiera  Orlando, su perrillo, pudo dar con él. Estaba muy preocupada, pues no era normal que se le perdiera ninguno. Alguna vez se le despistaba algún pequeño que tenía curiosidad por conocer el campo o se volvía medio loco en los días de intensa lluvia, pero era muy raro. Y que se hubiera extraviado Centella era todavía más extraño.

Buscó por todos lados, mas el cansancio la dejó atrapada en un remolino de sueños. Cuando despertó, todos sus caracoles la rodeaban..., menos Centella. Estaba algo aturdida y un poco nerviosa. Les habló sobre su sueño. En él ha había visto un gran árbol de flores amarillas y bajas ramas. Pensó que era una señal y que ahí hallaría a Centella. Pero no daba en su memoria con un árbol de esas características. ¿Dónde podría estar? Y de pronto, todos sus caracoles, desde el más pequeño al más grande, desplegaron sus alas. La pastorcilla, valiente como nadie, incluso en las oscuras noches sin luna, se sobresaltó y, entonces, entendió aquellos sueños recurrentes y mágicos. Orlando empezó a ladrar y a correr como si no hubiera mañana en la misma dirección en la que volaban los caracoles.

Caracol volador / Original de 123rf y tratado con IA después

Al cabo de un rato, sus mágicos animalitos, formaron un círculo. Silvana pensó lo peor. Solo veía círculos en el aire, en las nubes o con los cuervos. Se acercó corriendo, sin saber a dónde iba, pero tenía que seguir a su ganado. Ante sus ojos, el gran árbol de flores amarillas y ahí, refugiado en un recoveco del tronco, estaba el pequeño Centella. Con amoroso gesto, lo rescató y lo arrulló en su regazo. El caracol, abriendo sus alas le acarició la nariz, agradecido y aliviado. Seguramente, nunca había pasado tanto miedo. Desde entonces, Centella no se separó de ella. Incluso a veces tenía que ser invitado a apartarse un poco, a pastar más allá y jugar más rato con sus hermanos. 

Los seres mágicos y las gentes de bien acudían para escuchar la melodiosa voz de la pastora y adoptar caracoles de la pradera. Silvana siempre les advertía: «Cuiden de ellos, son guardianes de sueños». 

Aquella tarde, un hada triste llegó buscando un caracol para aliviar su pena. La pastora le regaló a Centella, el más gracioso y al que más quería. Siempre le entristecía separarse de ellos, pero lo hacía con todo el amor del mundo, y ellos lo sabían. El hada sonrió. En agradecimiento, le otorgó algo maravilloso: cuando llegara el momento de partir al lugar donde duermen las estrellas, Silvana se convertiría en un bello colibrí, eternamente joven.

Silvana continuó pastoreando caracoles y su pradera siguió siendo un rincón mágico y bucólico al que la gente de todos los lugares acudía en busca de sus maravillosos caracoles, eternos guardianes de sueños, que llenaban de alegría y paz el corazón de quienes los cuidaban. 

Un día el sol no salió a su hora, parecía que la noche había alargado su manto y la luna se había ausentado. Los mágicos caracoles salieron a pastar solos, sin apartarse de su camino, ese que recorrían todos los días hasta el campo abierto. Un rumor del viento traía consigo una cancioncilla y un dulce toque de flauta, pero Silvana no estaba. Los caracoles abrieron sus alas y se echaron a volar con inmensa alegría hacia un hermoso campo de flores silvestres. Ahí empezaron a danzar alrededor de un pequeño colibrí que iba de flor en flor.

Y así, Silvana, la pastora de caracoles, el pájaro inmortal de alas azules, se convirtió en leyenda, en un susurro del bosque, donde la magia y la felicidad se fundieron en cada nota de su singular canto. Y todos sabían que aquel pájaro que revoloteaba alrededor de los caracoles, y al que seguían sin dudar, no era otra que Silvana, un aleteo de infinito amor.

Catrin Welz-Stein

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De mis viajes en caracola...