Arrequive

Hoy os traigo una palabra de esas rarunas y bonitas sobre la que no hay mucho que decir, pero me parece muy curiosa y que ha de tener su lugar entre las palabras molonas de las Caracolas. La palabra en cuestión es arrequive. 

Quizá su origen esté en el árabe clásico rabīk[ah]  para hacer referencia a un plato pesado de dátiles, mantequilla y cuajada, aunque este significado poco o nada tiene que ver con las otras tres acepciones que registra el Diccionario de la RAE:

1. Labor o guarnición que se ponía en el borde del vestido, como hoy el ribete o galoncillo que se echa al canto. 

2. Adornos o atavíos (coloquial).

3. Circunstancias o requisitos (coloquial).

No sé si el plato en cuestión era muy elaborado y los dátiles eran como requilorios, ringorrangos. abalorios, perifollos o aderezos sobre el blanco de la cuajada, o es que el paso del tiempo ha hecho que el término haya evolucionado hasta convertirse en otra cosa.

Aparece por primera vez en 1670, en el Diccionario muy copioso de la lengua española y alemana —con mucho trabajo y diligencia por el notario Nicolás Mez de Braidenbach— y más tarde, en el de la Real Academia Española de 1726.

Picando en la imagen, podréis ver parte de su contenido. Vol. 1

Y esta es otra historia:

En un jardín, alrededor del lago de nenúfares, vivía Valentina, la Arrequives, la tortuga más emperifollada jamás vista. Con su caparazón salpicado de abalorios relucientes y perifollos en sus patas, era la reina de los rincones y de la charca. Sus requilorios eran la envidia de todos: la manera en que caminaba y brillaba bajo el sol encantaba a cada hoja y flor. Pero, un día, los ringorrangos le dieron una lección y de la noche a la mañana, la magia obró su poder. Habían desparecido más de la mitad de sus perendengues y los que quedaron, en sueños le susurraron: «La verdadera belleza está en la sencillez».

Valentina dejó de cargar con tantos adornos y descubrió que su encanto natural era su mayor tesoro. Además, experimentó una ligereza que la impulsó a correr un poco más. Su majestuosidad se reveló en su autenticidad, sin necesidad de artificios ni florituras, en armonía con sus circunstancias y sin complicaciones innecesarias.

Diseño original de Anthony Day, Cafediem