3 de septiembre de 2023

La pastora de caracoles

En la Pradera del Ensueño, bajo la luna plateada y el sol creciente, vivía Silvana, la pastora. Sus vestidos eran de flores y los cabellos del color de las castañas, sus ojos brillaban como estrellas y su piel sonrosada estaba salpicada de graciosas pecas. Silvana era alegre y feliz en medio de la naturaleza y orgullosa de cuidar de su rebaño. No había pastora como ella ni caracoles como los suyos. Le gustaba canturrear y hacía flautas con palos que luego iba regalando a quien encontraba por el camino. Aún sin saber tocar, quien soplara por ellas, lograba hilvanar alguna melodía. A veces, más suave; a veces, más aguda.

La pastora de caracoles / Omar Rayyan

Por la mañana, cuando sus compañeros mágicos despertaban con el frescor, los sacaba de paseo por el campo para que apacentaran sobre la hierba fresca. Los caracoles de Silvana eran especiales; sus caparazones brillaban en tonos arcoíris, y al cantarles una nana, bailaban alrededor de ella como luciérnagas danzarinas. Tenían el mágico poder de curar el alma y las heridas del corazón, pero también guardaban un secreto que Silvana desconocía, aunque alguna vez había soñado con él.

Un día, un caracolito llamado Centella se perdió. Era el más inquieto y aventurero, aunque siempre estaba muy cerca de la pastorcilla. Silvana buscó y buscó, pero no lo encontró. Ni siguiera  Orlando, su perrillo, pudo dar con él. Estaba muy preocupada, pues no era normal que se le perdiera ninguno. Alguna vez se le despistaba algún pequeño que tenía curiosidad por conocer el campo o se volvía medio loco en los días de intensa lluvia, pero era muy raro. Y que se hubiera extraviado Centella era todavía más extraño.

Buscó por todos lados, mas el cansancio la dejó atrapada en un remolino de sueños. Cuando despertó, todos sus caracoles la rodeaban..., menos Centella. Estaba algo aturdida y un poco nerviosa. Les habló sobre su sueño. En él ha había visto un gran árbol de flores amarillas y bajas ramas. Pensó que era una señal y que ahí hallaría a Centella. Pero no daba en su memoria con un árbol de esas características. ¿Dónde podría estar? Y de pronto, todos sus caracoles, desde el más pequeño al más grande, desplegaron sus alas. La pastorcilla, valiente como nadie, incluso en las oscuras noches sin luna, se sobresaltó y, entonces, entendió aquellos sueños recurrentes y mágicos. Orlando empezó a ladrar y a correr como si no hubiera mañana en la misma dirección en la que volaban los caracoles.

Caracol volador / Original de 123rf y tratado con IA después

Al cabo de un rato, sus mágicos animalitos, formaron un círculo. Silvana pensó lo peor. Solo veía círculos en el aire, en las nubes o con los cuervos. Se acercó corriendo, sin saber a dónde iba, pero tenía que seguir a su ganado. Ante sus ojos, el gran árbol de flores amarillas y ahí, refugiado en un recoveco del tronco, estaba el pequeño Centella. Con amoroso gesto, lo rescató y lo arrulló en su regazo. El caracol, abriendo sus alas le acarició la nariz, agradecido y aliviado. Seguramente, nunca había pasado tanto miedo. Desde entonces, Centella no se separó de ella. Incluso a veces tenía que ser invitado a apartarse un poco, a pastar más allá y jugar más rato con sus hermanos. 

Los seres mágicos y las gentes de bien acudían para escuchar la melodiosa voz de la pastora y adoptar caracoles de la pradera. Silvana siempre les advertía: «Cuiden de ellos, son guardianes de sueños». 

Aquella tarde, un hada triste llegó buscando un caracol para aliviar su pena. La pastora le regaló a Centella, el más gracioso y al que más quería. Siempre le entristecía separarse de ellos, pero lo hacía con todo el amor del mundo, y ellos lo sabían. El hada sonrió. En agradecimiento, le otorgó algo maravilloso: cuando llegara el momento de partir al lugar donde duermen las estrellas, Silvana se convertiría en un bello colibrí, eternamente joven.

Silvana continuó pastoreando caracoles y su pradera siguió siendo un rincón mágico y bucólico al que la gente de todos los lugares acudía en busca de sus maravillosos caracoles, eternos guardianes de sueños, que llenaban de alegría y paz el corazón de quienes los cuidaban. 

Un día el sol no salió a su hora, parecía que la noche había alargado su manto y la luna se había ausentado. Los mágicos caracoles salieron a pastar solos, sin apartarse de su camino, ese que recorrían todos los días hasta el campo abierto. Un rumor del viento traía consigo una cancioncilla y un dulce toque de flauta, pero Silvana no estaba. Los caracoles abrieron sus alas y se echaron a volar con inmensa alegría hacia un hermoso campo de flores silvestres. Ahí empezaron a danzar alrededor de un pequeño colibrí que iba de flor en flor.

Y así, Silvana, la pastora de caracoles, el pájaro inmortal de alas azules, se convirtió en leyenda, en un susurro del bosque, donde la magia y la felicidad se fundieron en cada nota de su singular canto. Y todos sabían que aquel pájaro que revoloteaba alrededor de los caracoles, y al que seguían sin dudar, no era otra que Silvana, un aleteo de infinito amor.

Catrin Welz-Stein

10 comentarios:

  1. Me dejas como esa niña que abre los ojos, la boca y si me apuras se me cae hasta la baba ...jajajá.
    Magnifico, me encantan estos cuentos donde la magia , las ilusiones, la fantasía y lo sueños están presentes.
    Gracias Mag, Un besazo enorme muakkkkkkk.

    ResponderEliminar
  2. Me ha encantado la historia, parece perfectamente acorde con una tarde domingo lluviosa... siempre he pensado que había algo extraño en los caracoles, parecen fuera de lugar y sabios, con una sabiduría de siglos. En el pueblo los niños los pisaban por diversión yo siempre intentaba rescatarlos.. nunca fui muy popular en el pueblo..

    ResponderEliminar
  3. Qué preciosidad por favor, pero que mágico. Gracias por este regalo 😍

    ResponderEliminar
  4. La presencia de caracoles simboliza la eternidad y es lo que guarda tu historia con esa transformación de Silvana en colibrí. Muy bonito cuento como siempre.

    Beso dulce Mi Estimada Magda y dulce semana.

    ResponderEliminar
  5. Wow, que bonita historia que deja a los caracoles en un bello lugar. Silvana un precioso colibrí. Qué final más hermoso, no lo esperaba. Un placer leerte. Abrazos

    ResponderEliminar
  6. Hermosa y mágica historia, me encantó tu cuento y disfruté mucho de leerlo.
    Son hermosos los mundos de fantasía que alegran nuestros días, gracias por esta historia.
    Un abrazo.
    PATRICIA F.

    ResponderEliminar
  7. Recuerdo de ahora mismo: llueve en un pueblecito de Huesca. Cuando deja de llover mi abuela me coge de la mano y me lleva a un huerto cercano. Llevamos un cubo y lo llenamos de caracoles. Volvemos felices.
    Aynssssss, yo tenía cuatro o cinco años.

    Besos.

    ResponderEliminar
  8. Una historia tan bonita, tan dulce y tan humana, que no tengo por menos que darte la enhorabuena, Maga. Ha calado en mi interior y allí permanecerá durante mucho tiempo. Muchas gracias por escribirla y compartirla. Un abrazo.

    ResponderEliminar

Escribir desde el alma del niño que habita dentro nuestro es abrir las alas del adulto que somos.
Gracias por disponer de un ratito y pararte aquí.


↓↓↓ Notas de interés a pie de página ↓↓↓

De mis viajes en caracola...