5 de enero de 2020

La noche mágica


"Pequeña ratita de biblioteca" de Petra Brown

Había una vez una anciana, doña Ratona, a la que todos llamaban Abuelita. No era presumida pero vestía a la moda y siempre iba muy elegante. Le gustaba el azul y los volantes, y llevaba zapatos de tacón. Recogía su pelo en un moño suelto que se sujetaba a la nuca y lo adornaba siempre con tocados de flores y encajes.
No se sabía qué edad tenía pero sí era muy mayor pues sus cabellos blancos así lo decían y aquellos pasos lentos que daba apoyada en un hermoso bastón encabezado por la figura de un león de plata.

Tenía una gran afición y se veía en su impresionante biblioteca con miles y miles de libros de todos los colores, en cientos de idiomas antiguos, más modernos... Mágicos todos ellos. Leía y leía hasta dejarse el hocico en las letras por eso sabía mil y una historias que contar a los niños que se acercaban a su casa las tardes de los domingos. Preparaba tortas y chocolate. Merendaban y luego disfrutaban todos de aquellas hermosas historias que ella sabía de memoria pero le gustaba mostrar los libros para que los niños sintieran todavía más curiosidad. Incluso a veces cambiaba algo de esas historias para saber si estaban atentos.
Ella se sentaba en un maravilloso sillón de tela floreada y apoyaba los pies en un escabel a juego. Tomaba el libro entre sus manos y observaba con una sonrisa a los niños que se sentaban en el suelo, alrededor de ella, sobre aquella mullida alfombra. Le gustaba observar aquellas miradas vivas, curiosas, brillantes e impacientes y, también, llenas de ingenuidad e ilusión, de esperanza.

—¿Qué historia nos vas a contar hoy, Abuelita? —preguntó Bastián mostrando una especial impaciencia.
—Hoy os contaré una maravillosa historia, llena de magia y fantasía —respondió, y los niños aplaudieron al tiempo que sonreían felices. —Escuchad con atención, niños: Esta historia ocurrió hace cientos de años  en un lugar no muy lejos de aquí donde reinaba una gran señora a la que todos admiraban y alababan pues era muy bondadosa y miraba mucho por su pueblo. Desde entonces, no ha dejado de suceder en cualquier parte del mundo. Se llamaba Baleria. Pero, extrañamente, había una noche al año que ella no era vista por ningún lado. No estaba en sus aposentos, ni en la biblioteca, ni en los jardines... Solo había dos personas más en todo el reino que corrían la misma suerte. Se trataba de Izarak, un joven del pueblo que cuidaba de las ovejas y las cabras, y Serenetebi, una jovencita de piel canela que cantaba las más lindas canciones que nadie pudiera haber escuchado jamás, con su voz tan dulce y especial.

Obra de Josephine Wall

    «Cuando empezaba a caer el día y el sol comenzaba a adormecerse, una especie de niebla cálida iba cubriendo el reino, provocando una sensación de sueño en todos sus habitantes. Baleria, Izarak y Serenetebi sabían que esa noche en la que las estrellas brillaban más que nunca y los pájaros nocturnos cantaban más alto, más alegres, caerían en un profundo y mágico sueño...

—¿Qué soñaban, Abuelita?
—Shh... —siseó llevándose el dedo índice a los labios. Paulina se encogió de hombros, sonrío y guardó silencio para seguir escuchando la historia.
—Veréis, lo más curioso es que ellos creían que dormían y soñaban pero en realidad estaban tocados por la magia. Aquella niebla no era otra cosa que magia, auténtica magia, de la buena, que la Madre Sabia había decidido otorgarles para que aquella noche la gente del reino pudiera ver compensados todos los buenos actos que habían llevado a cabo el resto del año...  Los tres eran encargados de una especial labor, la de dejar la piedra roja del Pensar.
—¿Y las personas malas? —interrumpió Baldeska.
—Aquellas otras personas que no habían obrado bien, que habían hecho algún daño u ofendido a alguien, que no habían contribuido con su trabajo al bienestar de todos y no trataban con respeto a los animales tanto del bosque como a los de sus casas así como a sus vecinos; todas ellas sabían que recibirían un presente diferente. Una pequeña piedra roja. Un regalo que les haría pensar y les ayudaría a actuar de otra forma a fin de que pudieran rectificar sus comportamientos. ¿Vosotros habéis sido buenos? ¿Bastian? ¿Baldeska? ¿Paulina? ¿Sarai? ¿Juanka? ¿Pericote? —Todos afirmaron contentos pero Pericote se quedó callado. Bajó la mirada y jugo con sus manos nervioso. Doña Ratona le miró con ternura y con un gesto, le indicó que se acercará hasta ella—. ¿Crees que no has sido bueno o que podrías haber sido más bueno?
—No lo sé.
—No hay ningún niño malo, Pericote. Todos tenéis flores en el corazón y un alma pura. Solo que algunos sois más traviesos que otros, más inquietos, y muchas veces los mayores os confunden y esperan de vosotros más de lo que sois capaces de comprender. No os dejan ser niños. Tú no eres malo ni te has portado mal. Solo has hecho las cosas de otro modo. Sí, algo diferente y protestando pero lo importante es la nobleza de tu corazón, el respeto con el que tratas a tus mayores y a los otros niños. ¿Te acuerdas cuando este verano cogiste aquel pajarito que había caído de su nido? ¿Quién lo estuvo cuidando, niños?
—¡Él!
—¡Pericote!
—Y se salvó. Lo estuviste alimentando y dando calor hasta que aprendió a volar y dejaste que se fuera con los suyos. Eso es una buena acción. No lo hizo nadie más. Solo tú. —Pericote sonrío y en sus ojos hubo un atisbo de lágrimas. Doña Ratona lo arropó contra su pecho y besó su cabeza. Con una mano llamó a los otros niños que se acercaron a ellos para rodearnos. —Esta noche es esa noche mágica en la que todos recibimos un hermoso regalo: La dicha de poder ser felices, de ser queridos, de tener la capacidad de ayudar a los demás y de mostrarles cuán importantes son para nosotros. Nuestro mejor regalo es la vida. Vivir. No lo olvidéis, niños.
     «Por eso, aquella noche, todos debían dejar sus cajitas, bien de madera, de latón, de barro... en la ventana y mientras dormían se producía la magia. A la mañana siguiente, cuando fueran a abrirlas, aunque parecían estar vacías no era así. Estaban llenas de cosas maravillosas que no se pueden ver con el corazón pero sí sentir desde él: Amor, Amistad, Solidaridad, Alegría...
     «Si en vuestra cajita creéis que no hay nada, mirad por la ventana, más allá de donde vuestros ojos alcancen... y hallaréis el mejor de los regalos. Es por ello, Pericote, niños, que las cajitas que pensamos vacías son las mejores. Significa que todo ha ido bien.

"La bailarina" / 1928 / Joan Miró

Y por eso es que esta mágica noche las estrellas brillan tanto y los niños sonríen más que nunca. Porque sus cajas nunca están vacías. Al menos, eso dice la historia que cuenta doña Ratona.

4 comentarios:

  1. Querida Qamar

    Cuánto me alegro de este cuento. Significa que sigues imaginando allí donde estés.

    Besitos

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  2. Muy bonita historia y tan cierta porque no puede haber maldad en un niño, la infancia es un tesoro y todo niño debe tener derecho a la felicidad.

    Beso dulce Mi Estimada Magda.

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  3. He llegado en el saco de Baltasar :-9 pero aquí me hallo con uno de esos cuentos no cuentos tan largos y que no siempre conducen a dónde se supone que deben llevar. Pero un placer regresar de tanto en tanto y encontrarme con mi ratoner :-)
    Unbesito.

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  4. Eso pienso yo, Dulce. Nuestro mayor tesoro y no solo el que está fuera sino ese otro que habita en nosotros.
    Un beso :-)

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Escribir desde el alma del niño que habita dentro nuestro es abrir las alas del adulto que somos.
Gracias por disponer de un ratito y pararte aquí.


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