Sombrero de copa. También de bombín.
Un lazo enorme en el cuello
y un bastón que movía con soberana gracia.
Su cara pintada de bermellón y blanco
y traje dos tallas más grande.
Inspiración para Chaplin y para Keaton.
Referente para Harold Lloyd.
Referente para Harold Lloyd.
Risa y mucha ternura.
Menudo, fornido y ágil.
Orgulloso y cabezón.
Orgulloso y cabezón.
Payaso, clown, acróbata y cómico.
Un mimo de estilo puro.
Un ser único.
Un hombre triste que se sintió muy solo
siendo el mejor payaso del mundo.
Un mimo de estilo puro.
Un ser único.
Un hombre triste que se sintió muy solo
siendo el mejor payaso del mundo.
!¡Marcelino es el payaso más grande que vi nunca!"
Buster Keaton
Jaca, la joya del Pirineo, en la provincia de Huesca, 1873. Ahí y en ese año, un 15 de mayo, nació Isidro Marcelino Orbés Casanova, quien, con su nombre Marceline, recorrería medio mundo con su arte, provocando la sonrisa y las risas de niños y mayores, siendo, sin saberlo, inspiración para muchos artistas que bebieron de su talento. Fue un acróbata puro en el Circo Alegría hasta que, poco a poco, lo mezcló con su innata habilidad para la risa, convirtiéndose en un payaso acróbata. Durante 14 años, entre 1900 y 1914 no hubo otro igual y eso que no hablaba. Solo silbaba. Eso sí, todos imitaban ese silbido. ¿Os suena esto de algo?
Tenía 7 años cuando a Huesca llegó una compañía de circo, la de los Martini y se lo llevó. Dicho así suena un poco fuera de lugar. Seguramente, sus padres, de origen muy humilde, vieron una posibilidad para que su hijo no pasara penuria alguna o, al menos, pudiera tener un plato de comida en la mesa. Con 14 años se incorporó a la troupe ecuestre del Circo Alegría donde había acróbatas, gimnastas y cómicos.
Tras pasar por varios circos de renombre en Francia, Italia... y Holanda, con 28 años llegó a Gran Bretaña con el circo Hengler, el mejor del mundo en esa época, para actuar en el Hippodrome de Londres. Ya era muy bueno pero nadie le iba a asegurar que se convirtiera en la estrella indiscutible. Lo logró. Ahí coincidió con Charles Chaplin que, por entonces, tenía 11 años. Ambos participaban en una pantomima de La Cenicienta. Chaplin era un gato. Marcelino, un perro. Un perro que perseguía a un gato. Marcelino caía sobre la espalda de Chaplin mientras este bebía leche de un plato. Siempre le regañaba pues decía que no arqueaba la espalda lo suficiente para amortiguar su caída. Ahí trabajó ayudándose de animalitos, sobre todo de una burrita.
También compartió cartel con los Hermanos Fratellini y con el famoso escapista Houdini quien, al parecer, lo alentó para entrar a formar parte de una logia. Eran grandes amigos.
Siendo varias las pistas, se precisaban al menos tres ojos para estar atento a cada actuación, sin embargo, él, con su sencillo y majestoso trabajo, centraba todas las atenciones. La gente se moría de risa con sus enredos, impericia y sus imitaciones de animales. Fue tanta su fama que hasta el mismísimo rey Eduardo VI fue a verlo pero parece que no le encontró gracia alguna. Marcelino no se dio por vencido e improvisó un gag: tiró el sombrero de copa, tropezó con él sin querer y, desde el suelo, se lo volvió a poner con un pie. El rey quedó encantado. Esta actuación la incorporaría a todos sus actuaciones. Seguro que os suena.
"El número de Marcelino era divertido, encantador".
Charles Chaplin
Siendo varias las pistas, se precisaban al menos tres ojos para estar atento a cada actuación, sin embargo, él, con su sencillo y majestoso trabajo, centraba todas las atenciones. La gente se moría de risa con sus enredos, impericia y sus imitaciones de animales. Fue tanta su fama que hasta el mismísimo rey Eduardo VI fue a verlo pero parece que no le encontró gracia alguna. Marcelino no se dio por vencido e improvisó un gag: tiró el sombrero de copa, tropezó con él sin querer y, desde el suelo, se lo volvió a poner con un pie. El rey quedó encantado. Esta actuación la incorporaría a todos sus actuaciones. Seguro que os suena.
Abandonó Londres para llegar a NuevaYork en 1905. Actuaría en el recién inaugurado Hippodrome, considerado el mayor teatro del mundo. Si en Europa había hecho derramar mil lágrimas con su marcha —así lo reflejó la prensa de la época—, en Estados Unidos fue recibido como una auténtica estrella, como un auténtico ídolo de masas llegando, incluso, a ocupar media página en el New York Times. Más de un cuarto de millón de personas veían su actuación cada mes. Curiosamente, aquí coincidió también con Cary Grant cuando este tenía 14 años y todavía no se llamaba así. Años más tarde, recordaría con cariño este dato. Del mismo modo, según parece, guió los primeros pasos artísticos de un novato Clak Gable.
Fue tan magnífica su personalidad, su creatividad y su fama reconocida que llegó a crearse un término, un verbo, un neologismo: to marceline (marcilenear), para referirse o aplicarlo a aquellos que en la vida real representaban el papel que él desempeñaba en escena. Es decir, ir de un lado para otro intentado hacer pero sin hacer nada productivo: Zangolotear.
Su misión en esta vida era hacer feliz a todos, provocar su sonrisa con aquella torpeza suya que le hacía ir al suelo cada dos por tres, en ese afán por ayudar a los demás y entorpecerlos y tropezaba, caía... Tal vez por eso, en cada ciudad que visitaba, programaba actuaciones gratis para los niños en los hospitales. Hacía brillar risas liberadoras, es decir, ¿a quién le sale todo bien?, ¿quién, no intentado hacer algo con el corazón, le sale al revés? Hasta creó un curso de payaso por correo e, incluso, inspiró la fabricación de algunos juguetes.
La gente se sentía identificada con él. En cambió, tristemente, él no tuvo esa dicha.
Fue tan magnífica su personalidad, su creatividad y su fama reconocida que llegó a crearse un término, un verbo, un neologismo: to marceline (marcilenear), para referirse o aplicarlo a aquellos que en la vida real representaban el papel que él desempeñaba en escena. Es decir, ir de un lado para otro intentado hacer pero sin hacer nada productivo: Zangolotear.
Archivo DPH |
La gente se sentía identificada con él. En cambió, tristemente, él no tuvo esa dicha.
Se casó dos veces y se separó. No tuvo hijos y eso fue algo que le dolería de por vida. Como a muchos artistas del circo o del vodevil, las cosas no fueron demasiado bien. Con la entrada de nuevas maneras de ocio, como el cine, este tipo de oferta empezó a perder interés y su estrella se fue apagando. No supo adaptarse. La situación le pilló mayor y, además, era orgulloso y terco por lo que introducir cambios no iba con él; y en el cine no supo despegar —se conservan unos segundos de una de las películas en las que rodó: un plano de su rostro, haciendo muecas—.
Portada del libro Marcelino. Muerte y vida de un payaso de Víctor Casanova Abós, realizada por Óscar Sanmartin Vargas.
A pesar, de inspirar algunas tiras cómicas en el New York World, The merry Marceline, o componerse para él una partitura musical y, pese a su negación a trabajar con otros, no le quedó más remedio que trabajar conjuntamente con el payaso Mechas, Slivers Oakley, considerado el mejor de Norteamérica. Dos grandes figuras. Aún así, no logró aflorar y se convirtió en un payaso más del montón. Además, nunca aprendió a hablar bien inglés. Extraño ¿verdad? Hablaba con una especie de acento llamado "cockney".
De modo que 1912 decidió retirarse, arruinado por el desastre de algunos negocios en los que se embarcó, melancólico, y solo. Lo más triste.
Un 5 de noviembre de 1927 fallecía en la ciudad de los rascacielos. Su última actuación. En la habitación del antiguo Hotel Mansfield. Vendió lo que le quedaba, poco: un simple alfiler de corbata; y compró un arma. Como si fuera un altar, sobre la cama, abrió su maleta, extendió su contenido, consistente en algunos programas de mano, algunas fotografías suyas y su carnet de la logia. Se arrodilló y quedó genuflexo y sin vida. Tenía solo 53 años. Y fue su última actuación con seis dólares en el bolsillo.
Al día siguiente fue portada de periódicos como The New York Times o The Washington Post pero, como a otros muchos grandes, el tiempo del paso jugó en su contra y el nombre fue perdiéndose en él.
Ochenta y pocas personas asistieron a su entierro costeado por Asociación Nacional del Vaudeville, en el cementerio de artistas de Kensico, sin lápida hasta no hace mucho pero tuvo la más hermosa de las coronas y se la puso Chaplin —unas flores blancas— quien, según cuenta la leyenda, aprendió el truco de mover su bastón del mismísimo Marcelino del que jamás ocultó su admiración y a quien intentó ayudar pero su amigo era demasiado terco y orgulloso para eso pero, sobre todo, por no saber readaptarse a los nuevos tiempos.
Fotograma de la película The Mishaps of Marceline de 1915. Colección Darren Reid. |
Hoy en día ha sido rescatado del olvido y, tanto en su ciudad como en Huesca y toda la provincia, se ha recuperado su leyenda, se ha puesto una lápida a su tumba y no ha dejado de hacerse reconocimiento de su figura. El último de ellos es una película, de este año, protagonizada por Pepe Viyuela y dirigida por Germán Roda: Marcelino, el mejor payaso del mundo, basada en el libro del mismo título de Mariano García. Esta cinta se estrenará a nivel mundial el próximo 12 de junio, abriendo el Certamen de Cine de Huesca.
Desconocía a Marcelino completamente y toda esta historia de su vida que nos cuentas, pero si lo admiraban tales estrellas no sería por nada. Pero no siempre el reconocimiento va de la mano con la vida misma.
ResponderEliminarBeso dulce Mi Estimada Magda y dulce fin de semana.
Fíjate que me suena algo y es porque en una entrevista se habló de ese nombre, pero... no presté atención. Gracias, Mag, me ha encantado leer esta biografía. Y aquí se puede decir que el reconocimiento pocas veces se hace en vida. sin embargo haber sido referencia de gente con tanta fama y prestigio es para sentir un cierto orgullo.
ResponderEliminarMil besitos con cariño para ti y muy feliz tarde ♥
Primera vez que oigo hablar de Marcelino, no tenía idea!
ResponderEliminarMuy buena entrada, muy interesante todo!
Un besazo.
No es un personaje muy conocido, tristemente, pero parece que vuelve a ser el protagonista y eso me agrada. Imagino que a él, que siempre quiso estar en lo alto, también lo agradecerá y se sentirá feliz. Merece un reconocimiento y si yo, con este granito de palabras, puedo contribuir a ello, me siento ya orgullosa. Además, es un personaje de la tierra.
ResponderEliminarMuchísimas gracias por comentar y disfrutar, pese a su extensión, de un ratito con Marcelino.
Un beso enorme.
Querida Qamar
ResponderEliminarEste país es así. Apenas reconoce a la gente de su tierra que ha hecho algo en otras.
Besitos
Dicen que más vale tarde que nunca, Ratoner.
EliminarDemos gracias porque sería muy triste dejar en el olvido a alguien tan grande.
Besitos.